Procesos sociales y conflicto político en América Latina, segunda mitad del siglo XIX

Procesos sociales y conflicto político en América Latina, segunda mitad del siglo XIX

Por José Villaseñor C.

En Hispanoamérica el fin del dominio español significó la abolición del símbolo de la autoridad. Todo lo que de ella emanaba – leyes y administración -, entró en una crisis profunda. Y si bien muchas reglamentaciones y cargas impositivas perduraron por decenios, la nueva estructura política resultaba desconocida para la sociedad. Los grupos dominantes que incluían a grandes propietarios comerciantes, burócratas, religiosos y militares entraron en pugna, algunas veces por motivaciones de interés local o regional y en otros por la ambición de los dirigentes políticos y militares.

Los países latinoamericanos en su mayoría no lograron crear instituciones políticas duraderas. De 1830 a 1833 se estableció en Chile un gobierno relativamente estable gracias a un poder ejecutivo fuerte. Otro período de corta estabilidad dio a Paraguay una dictadura y entre anarquía y golpes de Estado vivieron países como México, Venezuela, Nueva Granada, Uruguay, Perú, Ecuador y Centroamérica.

Un escritor contemporáneo afirma que la historia de América Latina del siglo pasado es la historia de las tentativas de crear Estados modernos sin crear sociedades modernas. A partir de la independencia, siguiendo esta tesis, se manifestaron dos tendencias; una poderosa e influyente y que buscaba cambios políticos, y otra oscura y vaga que anhelaba cambios sociales. En esta lucha la primera prevaleció, en tanto que la segunda, sin el auxilio de un marco legal se vio obligada a manifestar sus reivindicaciones sociales por medio de la confrontación política. De este modo, se concluye, los problemas que enfrenta Latinoamérica se derivan de la equivocación de atender los conflictos políticos sin resolver su causa que es social.

Las intervenciones extranjeras y las guerras civiles, junto al desorden fiscal, la quiebra de la hacienda pública y la deuda externa, vinieron a completar el cuadro de anarquía que presentaba Latinoamérica. La independencia había fortalecido a los ejércitos americanos cuyos jefes, en alianzas con los dirigentes de los propietarios y comerciantes, guerreaban entre si disputándose los recursos de las nuevas naciones. De aquí surgen los caudillos y dictadores latinoamericanos, personajes de primer orden en la literatura de nuestros países.

La división y las ambiciones entre los supervivientes de la independencia fue advertida por el propio Bolívar antes de morir. La etiqueta que portaban los caudillos poco importaba; podían ser liberales o conservadores si esto cuadraba con sus intereses personales. Conocidos son los casos de Rodríguez Francia que gobernó 30 años a Paraguay, autonombrándose el Supremo, que persiguió a la iglesia para crear la suya y emprendió reformas y mejoras materiales de consideración, prolongando su poder hasta su hijo, Solano López, el cual se atrevió a guerrear contra Brasil, Argentina y Uruguay al mismo tiempo, siendo derrotado su país y muerto él en una batalla. El resultado fue la casi eliminación de la población paraguaya, desórdenes y dictaduras en los años siguientes y predominio de los latifundistas argentinos que se apoderaron de las mejores tierras de ese país. En Argentina destacan Facundo Quiroga «El tigre de los Llanos», caudillo conservador ; Juan Manuel de Rosas, latifundista, partidario del gobierno central que gobernó por medio del terror de 1829 a 1852. Su fuerza de choque era la «mazorca», compuesta por sus peones. En Uruguay destacan Fructuoso Rivera, líder de la facción liberal que formaban los «colorados» o «salvajes», y Manuel Oribe, conservador, con sus «blancos» o «verdugos». En Chile el político Portales, conservador, dirigía a los «pelucones» y en Perú el Gran Mariscal, también conservador, Ramón Casilla. En Venezuela el General Páez conservador, defendía a los latifundistas o «godos», al igual que el general Tadeo Monagas. Más cerca de nosotros en Centroamérica, destacan por sus tropelías y abusos de poder Carrera y Rufino Barrios de Guatemala. Concluye esta reseña con la mención del personaje mexicano que encarna a la mayor parte de los anteriormente citados Santa Anna. Brasil es un caso aparte. Una muy particular independencia, por pacífica, mantuvo como gobernante a un miembro de la corona portuguesa. Sus problemas de estabilidad se derivaron del aislamiento de sus provincias, manifestándose como un reforzamiento de los vínculos locales. Su gobernante, Pedro, abdicó por el descrédito que le significó la guerra con Buenos Aires, pero fue decisiva en su caída la serie de privilegios que dio a sus favoritos portugueses. La creación de las asambleas provinciales en 1834, fortaleció a las oligarquías locales dando impulso al espíritu nacionalista y a la tendencia autonomista. Las guerras que siguieron se definieron a favor de las fuerzas conservadoras que restituyeron al gobierno imperial.

Durante la segunda mitad del siglo, el ideal de nación y patria llegó a identificarse con un territorio en particular. Aquellos conceptos de principios de siglo como nuestra América, América Meridional, América del Septentrión, la patria, lo americano, etc., usados por las fuerzas sociales que lucharon por independencia y con los cuales expresaban su propio concepto de lo nacional atendiendo a sus reivindicaciones, pasaron a ser patrimonio de los medios literarios latinoamericanos.

El movimiento nacionalista luchó con éxito contra los restos del localismo o regionalismo en los inicios de la década de 1870. EI influjo de las revoluciones nacionalistas en Alemania, Italia y el Imperio Austríaco, y en particular las acciones de Mazzini, Garibaldi y Kossut mucho contribuyeron a la consolidación de los Estados nacionales en América Latina. La conciencia de nacionalidad hizo posible la independencia de la República Dominicana, el auge de la lucha libertaria en Cuba, la estabilidad política en Argentina y el fracaso de la intervención francesa en México. Por esta razón también se frustraron los intentos de reconquista por parte de España de las naciones de la costa del Pacífico sur. 

El movimiento liberal que hace realidad al Estado, se manifiesta de varias formas en cada país, atendiendo a la especificidad de cada región. En algunos lugares se expresa en luchas democráticas, populares y nacionalistas; en otros adquiere facetas anticlericales y aun alienta a menudo proyectos económicos. Los ejemplos son claros: en Argentina es la oposición a Rosas; en Chile, Nueva Granada y México, busca reducir el poder económico y la influencia de la iglesia; en Chile y Brasil pugna por la ampliación de la democracia y en Chile, Brasil y México impulsa a la empresa privada. Por último, en Venezuela y México las fuerzas liberales, durante las guerras Federal y de Reforma, respectivamente, dirigen y encausan a amplios sectores populares, convirtiendo estas confrontaciones en movimientos sociales que buscan reducir y eliminar privilegios y poder económico.

Durante este período se definió la lucha contra la esclavitud. Recuérdese que durante las luchas por la independencia sus lideres la abolieron y fue efectiva esta disposición sólo cuando la falta de soldados la imponía. La abolición se proclamó en Chile en 1811, en Argentina en 1813, en Centroamérica en 1824, en Bolivia en 1825, en 1828 en México, en 1842 en Uruguay, en 1844 en Paraguay, en Colombia en 1851, al año siguiente en Ecuador, en Perú en 1856, en 1858 en Venezuela y en 1888 en Brasil. En Cuba, dependiente de España, se hizo efectiva la abolición hasta 1886; la otra colonia, Puerto Rico, la aplicó en 1873.

Conformada la unidad nacional y contando con cierta estabilidad política, Argentina, Chile, Brasil y Perú progresaron gracias a la expansión del comercio y a una producción diversificada. Aquí influyó, desde luego, la inmigración que elevó la capacidad técnica en el trabajo. En Argentina la ganadería y la exportación de trigo mejoraron su economía. En el sur y centro de Chile se incrementó la producción agrícola y minera para la exportación, a lo que ayudó su flota mercante. El sur de Brasil, por su parte, se incorporó a la producción de café para mitigar el declive de su industria azucarera en el norte, al tiempo que desarrolló la ganadería en Rio Grande do Sul. Perú por último, fortaleció su economía con la exportación de grano y la explotación del nitrato en la región costera del sur. El progreso económico en estos países se manifestó en avances culturales y mejoras urbanas que México, por ejemplo, no obtuvo por la guerra de Reforma y la intervención francesa.

El desarrollo de Latinoamérica durante esta época fue lógicamente desigual, lo mismo que su búsqueda de la unidad nacional. Después de Rosas, Argentina vio fortalecer el poder de la capital a expensas de las provincias a pesar de la estructura federal de su constitución. Las instituciones chilenas a duras penas se conservaron de pie después de dos insurrecciones. Brasil por su parte muestra después del período de la regencia solidez en sus instituciones políticas. En Perú, después del proyecto de Santa Cruz se reafirmó el centralismo político. En contrapartida, las nuevas constituciones de Nueva Granada y Venezuela, producto de guerras civiles, fortalecieron los poderes regionales. México, en fin, después de 1867, formalmente federalista, con poderosas fuerzas regionales aún practicaba con dificultades parlamentarias una especie de centralismo.

La unidad nacional en América Latina se consolida por 1870 y este proceso que se manifiesta como la lucha de un poder oligárquico contra elementos locales o regionales, tiende a ocultar algunas particularidades de interés. En ocasiones las fuerzas locales buscan una relación equitativa en asuntos fiscales, administrativos, políticos o de gestión económica. En otros estas fuerzas pretenden conservar alguna fuente productiva que por su importancia el centro necesita al menos compartir.

De aquí se deduce que la conquista de la unidad nacional es la conquista de un territorio y su población por una oligarquía, en este caso liberal, con el ingrediente de legitimidad que le da la fuerza armada bajo su mando. 

Los procesos políticos desde la independencia siempre fueron cuestionados por esta razón. Lo establecido en sus constituciones y las leyes electorales no han tenido en la mayoría de las veces aplicación efectiva. El proceso de ampliación de los derechos políticos se estancó a menudo. Recuérdense, los casos de las constituciones de Perú (1823), y de Venezuela (1830), que otorgaban el derecho a votar sólo a quien gozara de propiedad profesión, oficio, rentas y estuviera alfabetizado. Se desprende de lo anterior que sólo una minoría de las poblaciones podía sufragar. La gran mayoría rural, junto con los pobres de las ciudades quedaban al margen de los asuntos políticos.

Los adelantos políticos de 1870 significaban sólo esporádicos cambios de gobierno en forma pacífica. Brasil y Chile son ejemplos, con una aproximación de Argentina, y el caso de México como posibilidad. En los demás países los cambios de gobierno se hacían por medio del golpe militar: Bolivia y Paraguay; Ecuador, Uruguay, Venezuela y Nueva Granada por medio de guerras civiles. La centralización significó también la disminución del poder e influencia de la Iglesia, el ejercicio del patronato en unos casos y en otros la separación Estado-lglesia, la eliminación de fueros y de las obras de las órdenes religiosas. El caso de México es ilustrativo; a los planes de Gómez Farías de 1833, siguieron las Leyes de Reforma de 1856, que limitaron la jurisdicción de la lglesia y la privaron de sus posesiones. Le siguió la Constitución de 1857 que estableció la libertad de conciencia y separó la Iglesia del Estado, para concluir con la nacionalización de sus bienes en 1859 por su participación en la guerra civil. En Centroamérica un intento reformista se revocó en 1840, en tanto que en Nueva Granada se dictaron medidas contra el clero después de 1850, que produjeron la expulsión de los jesuitas y la separación de la lglesia y el Estado en la Constitución de 1853. En Argentina, Chile y Perú, las ideas reformistas no se desarrollaron, aunque se consiguió cierta tolerancia religiosa para los no católicos.

Las actividades comerciales durante esta época se incrementan notablemente. Chile desde mediados de siglo desarrolló su comercio en la costa del Pacífico hasta California y llegó incluso a comerciar con Australia. Destacan también Brasil, Argentina y Perú. Las exportaciones de cueros y productos animales de Argentina; café de Brasil, Centroamérica y las Antillas; tabaco de Cuba y Colombia; Guano de Perú; nitratos de Bolivia y Perú; cobre y plata de México, Perú y Chile. El comercio de importación incluía productos manufacturados de Inglaterra, Francia y, por 1870, de otros países europeos. Por esta época también los Estados Unidos extienden sus exportaciones manufactureras a Canadá, Cuba, México y Brasil. De este modo, los países de América Latina quedaron sujetos a un intercambio de materias primas y alimentos por artículos manufacturados de los países europeos y de Estados Unidos.

Inglaterra, una vez conseguido el monopolio comercial con la imposición de tarifas preferenciales y de sus agencias que controlaban las transacciones comerciales, se dio a la tarea de conceder empréstitos para asegurar el dominio de las economías de los países americanos. Ejemplos de lo anterior son los diez empréstitos concedidos a Chile entre 1822 y 1879 y los cinco que concedió a Brasil entre 1825 y 1852. A partir de 1870 se producen las primeras inversiones directas de capital extranjero en América Latina, para la creación de una infraestructura que facilite la explotación y exportación de las materias primas. 

El desarrollo industrial de Latinoamérica en esta época es muy limitado. En las minas de México, Perú, Bolivia y Chile, por ejemplo, se introdujeron máquinas de vapor, bombas y equipo de transporte para elevar la producción. Se producía azúcar y harina; tabacos y fósforos; textiles de algodón en Brasil y México. La ropa y demás utensilios y artículos de uso diario se fabrican localmente en pequeños talleres artesanales. Otros talleres modernos se establecieron para labores de mantenimiento y reparación del ferrocarril. El caso de los Estados Unidos es singular. Allí la industria local y su enorme mercado interno redujeron la importancia del comercio extranjero. La industria norteamericana creció con la demanda provocada por la Guerra Civil, gracias también a la ayuda de aranceles proteccionistas. Aumentó la producción de carbón. Se desarrolló la industria del hierro; de negocio local, la industria de conservas se hizo nacional; la producción de bienes de capital se incrementó al tiempo que apareció la industria del petróleo. El transporte ferroviario se generaliza y se producen cambios en su agricultura.

Nuevos métodos e incorporación de áreas de cultivo en la que destaca la zona de los Grandes Lagos y el Valle del Mississippi. Es importante la producción de granos en el Valle de Ohio; el algodón se extendió de las Carolinas hasta Texas y Arkansas. Junto a las segadoras movidas por animales aparecen los tractores y trilladoras a vapor, se desarrollan nuevos arados; se establecen almacenes de granos junto a las vías del ferrocarril. El gobierno por su parte hace donaciones de tierra a colonos, crea escuelas de agricultura, concede estímulos a la producción agrícola promueve la ganadería y encabeza la campaña contra los indios.

Frente a la realidad norteamericana, América Latina ofrece un panorama distinto. En Cuba la industria azucarera que había crecido extraordinariamente entró en crisis al final de este período debido a la guerra antes citada. En México y Centroamérica la concentración agraria se desarrolló sobre la base del peonaje. Venezuela, Colombia y Centroamérica obtenían la mayoría de sus ingresos por la venta del café. Argentina y Venezuela vieron crecer sus hatos ganaderos, en tanto que en Brasil al declinar la producción de azúcar, gracias a la inmigración europea, orientó sus esfuerzos al cultivo de café. En Perú y Ecuador, como en México, los latifundistas acrecentaron sus propiedades a costa de las comunidades indígenas.

La situación de los trabajadores para 1870 no vislumbraba mejora alguna. Si bien la esclavitud como sistema estaba a punto de desaparecer, los peones del campo percibían salarios miserables en las haciendas argentinas, brasileñas, chilenas y mexicanas. La mano de obra del campo comenzó a desplazarse a las ciudades en crecimiento: domésticos, albañiles, cargadores y dependientes. La incipiente industrialización y el predominio de los pequeños talleres artesanales propiciaron a partir de mediados de siglo el surgimiento de asociaciones de trabajadores con propósitos de solidaridad y ayuda mutua. 

Influencias europeas como las revoluciones de 1848 y el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, celebrado en Londres en 1864, dieron un gran impulso al asociacionismo en América Latina. Vale destacar la fundación de sociedades en Chile, Colombia y México, seguidas por la aparición de numerosas publicaciones modestas en tamaño y circulación, y de corta y accidentada existencia. En los siguientes años aparecerán sociedades en Colombia, Bolivia, Perú, Brasil, Cuba y Argentina. La orientación de estas organizaciones, común en lo básico que era la ayuda mutua y la defensa de sus intereses, va de la solidaridad cristiana de Lamennais hasta las ideas cooperatistas de Owen y la condena del orden existente que se deriva de las lecturas de Bakunin. En materia económica la mayoría de estas sociedades es marcadamente proteccionista por el efecto de las importaciones en el ámbito donde desarrollan sus actividades. Las organizaciones artesanales y obreras en los últimos 30 años del siglo sufrieron hondas transformaciones.

De aquel mutualismo que cobró ímpetu después de 1850 y que ponía el énfasis en el cumplimiento estricto de reglamentos que condenaban la política y la discusión de temas sociales y religiosos, como en el caso de México, se llegó en la década de 1870 a un nuevo tipo de asociación más homogénea en cuanto a su composición, pues había sastres, obreros textiles, dependientes, sombrereros, etcétera. De la lectura de sus publicaciones puede fundamentarse que a pesar del discurso político-social que condena la explotación de los trabajadores, no se advierte ninguna propuesta de cambio efectivo, pues lo más radical que imaginan es la creación de cooperativas de producción y consumo. Esta limitación programática, se advierte, deriva de la extracción puramente artesanal de sus dirigentes, situación que continuará hasta poco antes de fin de siglo. Pero lo significativo de la existencia en América Latina de estas sociedades obreras y artesanales es la enseñanza que adquieren los trabajadores durante su práctica asociativa: la fundación, puesta en marcha y mantenimiento de la organización es posible sólo a través de la reunión o asamblea, que es legítima en la medida en que se respete la voluntad de la mayoría de socios. La asociación, pues, es una escuela de la democracia y será por lo tanto, de la clase obrera y de los trabajadores en general, de donde surgirán los más serios reclamos de participación política y la exigencia de prácticas democráticas al resto de la sociedad.

Los años que siguen de 1870 hasta cerca de fin de siglo son de expansión económica acelerada. Los centros desde donde se irradia este crecimiento son Gran Bretaña, Europa Occidental y el este de Estados Unidos. Surge la sociedad anónima, nuevos métodos mecanizados en la industria, se desarrolla el sistema ferrocarrilero y el transporte marítimo en vapores.

La forma de gobierno constitucional representativo se establece en Inglaterra y Francia. Siguen su ejemplo Brasil, Argentina, Chile y con ciertas reservas Venezuela y México. En América Latina los supuestos del cambio pacífico, respetando las normas constitucionales, sólo iban a encubrir gobiernos autoritarios. 

Acorde con el incremento de la actividad industrial y comercial que ha logrado establecer con claridad una división internacional del trabajo, se manifiesta un sistema de ideas que exalta el progreso de la sociedad basado en el orden y en el conocimiento científico. En el ambiente de los liberales latinoamericanos, la nueva teoría político-social ganó rápidamente adeptos. En Brasil, por ejemplo, estas ideas penetraron profundamente en sus círculos dirigentes e intelectuales. El lema de su escudo nacional fue «Orden y Progreso». Esta corriente impregnó las leyes y las instituciones políticas, castrenses y educativas. Las nuevas ideas parecían justificar tanto el pasado como los proyectos de la oligarquía dominante, que al final, en 1889, fundó los Estados Unidos del Brasil. En México, después de la intervención de Francia, estas ideas dirigieron la reforma educativa y fueron usadas con fines de justificación política por los intelectuales a sueldo del régimen de Porfirio Díaz, en la etapa de consolidación de su gobierno. 

La situación de los indígenas se hace más desesperada, si cabe, durante el último cuarto del siglo. En México existen publicaciones que registran las protestas indígenas desde la misma fecha de la conquista. Las rebeliones de mediado de siglo en Yucatán son seguidas por muchas otras en varias regiones mexicanas. Derrotados todos, diezmados o aniquilados sus contingentes, persisten y reaparecen bajo distintas banderas con un solo propósito: la devolución de sus tierras y aguas arrancadas a sus comunidades y pueblos. Se entiende que durante la época que se trata, al crecer los latifundios y multiplicarse los despojos y abusos, las protestas y las luchas también se incrementan confundiéndose con las demandas de los peones de las haciendas, que buscaban mejores condiciones de vida y la división de las grandes propiedades. En Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia, a los despojos de tierras se añaden la carga del tributo y el servicio obligatorio. En Argentina se buscó acabar con los indios que habitaban la pampa occidental, en tanto que en Chile los araucanos, después de rebelarse por enésima vez fueron confinados en una reservación. 

De 1870 a los primeros años del siglo XX se establecen gobiernos autoritarios en Latinoamérica. Tienen como programa el desarrollo comercial e industrial, dando énfasis a la creación de infraestructura y transportes con capital privado extranjero. Este tipo de gobiernos los inicia Díaz en México en 1876, Barrios en Guatemala en 1873 y Guzmán Blanco en Venezuela en 1870. A fines de siglo, por otra parte, se hace realidad la independencia de Cuba, con la intervención de Estados Unidos que ataca a España y obtiene de la joven república, por la Enmienda Platt, el privilegio de arrendar tierras para una base naval y el derecho a intervenir en los asuntos de la isla. 

Al término de esta breve relación de los procesos sociales latinoamericanos y de las consecuencias políticas que se manifestaron durante la etapa de consolidación de los estados nacionales, cabe reafirmar algunos conceptos, fruto de investigaciones más o menos recientes. * 

Roto el orden colonial, se presentó la oportunidad para que las sociedades se transformaran en estados nacionales. Los antecedentes de su condición colonial se convirtieron en una base nacional favorable gracias a las luchas por la independencia y a los posteriores esfuerzos de construcción estatal. La herencia colonial es una herencia territorial que superó las expectativas y posibilidades de poder emergente, pues aunque fue definida como nacional, no sólo carecía de integridad física, sino que ni siquiera se vislumbraba la económica y la cultura. Esta integración vendría después de un largo tiempo.

La transición del capitalismo en sistema mundial determinó la forma de organización del espacio territorial, atendiendo al grado de desarrollo interior alcanzado y al nivel de calidad de las fuerzas sociales que lleven a cabo la tarea. Finalmente, la fragmentación territorial de Hispanoamérica, más que consecuencia de las luchas independentistas, fue obra del imperialismo.

* Torres Rivas, Edelberto, «La nación problemas teóricos y politicos», en Lechner, Norbert, Comp., Estado y política en América Latina. México, Siglo XXI, 1981 

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José Villaseñor Cornejo
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Historiador especialista en Revolución Mexicana y Movimiento Obrero Mexicano. Co-autor del volumen 5 "En la revolución 1910-1917" de la colección "La Clase Obrera en la Historia de México", ed. Siglo XXI, y colaborador para varias publicaciones de la UNAM. Nota: esta cuenta de autor es controlada por la administración de Breviarium.digital y fue creada con el objeto de dar crédito por el texto y facilitar las búsquedas con su nombre.

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