Las revoluciones de Independencia en América Latina

Las revoluciones de Independencia en América Latina

Publicado originalmente en «Sergio Bagú, un clásico de la teoría social latinoamericana», Coordinado por Jorge Turner y Guadalupe Acevedo, UNAM FCPyS, 2005.


Por José E. Villaseñor Cornejo.

En 1985, Sergio Bagú presentó la ponencia «Evaluación histórica de las revoluciones de Independencia en México y América Latina» (1). En este escrito se hacen observaciones importantes de carácter teórico y metodológico, a la vez que se establece una comparación entre los movimientos revolucionarios señaladamente sociales de la primera etapa de la Independencia de América Latina México. Perú, Haiti y Uruguay.

Considera el autor que en el tratamiento histórico de las regiones y países latinoamericanos es legítimo tener presente las coincidencias cronológicas o factores comunes tal como lo demuestran numerosos ejemplos de la historia europea que cita. Es obligado, afirma, «romper el casuismo predominante en muchos planteamientos históricos». Alude Bagú, tal vez, a una tendencia acusada en ciertos medios que destacaba lo particular o especifico de tal o cual proceso revolucionario y que, en el ámbito latinoamericano, tiende a desunir el proceso histórico presentando los elementos específicos de las regiones o países como algo único e incomparable.

Es evidente que la profundización de los estudios históricos saca a flote particularidades regionales que, lejos de ayudar a una mejor comprensión del pasado, fomentan tendencias chovinistas cuando se presentan como fenómenos culturales pretendidamente característicos de una región. De aquí al sentimiento de lo nacional no hay más que un paso, y habría que discernir si el nacionalismo en América Latina no es más que la expresión de su fragmentación.

Otro aspecto de interés para Bagú es la transformación de la teoría como producto de los avances de la investigación. Los numerosos estudios que ha suscitado la Revolución inglesa de 1640, según él, no hacen sino aumentar la polémica sobre su carácter. De la misma manera, la Revolución francesa no escapa a nuevas interpretaciones derivadas de los resultados de investigaciones sobre la economía de ese país. Bagú refuerza estas opiniones con dos más generales sobre lo que se considera como una verdadera revolución. Según esto, la revolución es posible cuando ha madurado una psicología revolucionaria y el poder político se halla centralizado de tal modo que pueda ser derribado de un golpe; como resumen, menciona a Marx y Engels al referir que «un modo de producción no desaparece de la historia sino hasta que hay desarrollado todas sus posibilidades creadoras”.

De esta exposición teórica de Bagú se desprenden varias interrogantes. Los estudios que comenta y considera sugerentes, dignos de reflexionarse para el caso de América Latina, conllevan el riesgo de colocar en el mismo nivel las interpretaciones de los fenómenos revolucionarios. Por ejemplo, el caso que cita de la explicación sobre la Revolución de 1789, aunque interesante, en el momento de compararlo, digamos con los sucesos de 1810, en la Nueva España, el primer esquema teórico buscaría convertirse en un sucedáneo explicativo, más que en un marco comparativo, como ya sucedió, en efecto, en estudios bastante difundidos sobre este último tema. La validez de las interpretaciones en Historia se prueban penetrando en los discursos, de las conclusiones a sus inicios, analizando detalladamente la forma lógica en que fueron construidos para finalmente evaluar la pertinencia de su interpretación. Al parecer se da una ruptura, entre los estudios históricos y su interpretación, que facilita el intercambio o reacomodo de explicaciones, lo cual no inquietaría a los investigadores; pero de trás de estas novedades vale la pena considerar un hecho: atribuir, por ejemplo, la responsabilidad del cambio social a sectores de clase que se benefician de un auge económico interrumpido abruptamente, significa ignorar la memoria de los movimientos sociales fabricando sujetos históricos con vestimenta revolucionaria. 

Después de estas consideraciones teóricas, Bagú entra al tema de las revoluciones de Independencia en América Latina. Él asegura que a pesar de la amplia bibliografía existente sobre el asunto, la reconstrucción del cuadro histórico continental y su interpretación progresan lentamente. El desarrollo de los estudios por región o país, como se dijo al principio, marchan cada uno por su camino sin percatarse de los elementos comunes que unen las guerras de Independencia en nuestra América. Bagú asegura que en la primera etapa de luchas contra el sistema colonial, destacan los cuatro movimientos citados al principio; su importancia radica en que son indiscutiblemente revoluciones sociales, señalando que el movimiento encabezado por Hidalgo y Morelos sintetiza los iniciados en Haití y Perú. Bagú considera que las insurrecciones y protestas anteriores a la dirigida por Hidalgo tenían claras líneas divisorias: eran de indigenas, esclavos o súbditos de origen europeo. Ejemplifica con la revolución de los Palmares en Brasil, el levantamiento de Tupac Amaru en Perú y la rebelión en Haiti que encabezó Toussaint l’Ouverture.

Los Palmares, según Bagú, eran repúblicas independientes asentadas en territorios no dominados por los portugueses; la rebelión de Haiti, por otra parte, la cataloga como una auténtica revolución social o guerra de clases. El caso de Tupac Amaru, indica Bagú, merece clarificarse, pues aunque se le ha considerado un movimiento de protesta en el marco institucional, es claro que su misma dinámica lo convirtió en una insurrección de grandes proporciones que bien podía haber conmovido los cimientos del poder colonial ya que, afirma, «la condición revolucionaria no se define en el programa ni en las consignas aceptadas, sino que se va generando en la dinámica del movimiento.

Esta aseveración de Bagú deslizada en un simple punto y seguido de su trabajo, es en verdad importante, pues procede de una forma de síntesis de los movimientos revolucionarios en general . Y aquí nos enfrentamos a un gran problema : ¿cómo definir a un revolucionario de aquella época?, ¿revolucionario sería quien busca transformar un orden social injusto que lo excluye a él y a sus correligionarios , lo revolucionario es quien lucha por acabar con un orden social incompatible con su propio programa e ideología, que no es más que un proyecto de sociedad distinto del que combate? En el primer caso, todo el que lucha contra una forma de organización social que lo excluye sería un revolucionario condicionado: una vez obtenido el esta tus que le era negado su potencial revolucionario se extinguiría . ¿No sería caso de los criollos inconformes? En el segundo, la lucha desde sus inicios tiene un alto contenido revolucionario, pues los rebeldes saben que su inserción en aquellas sociedades es imposible y, por lo tanto, su visión de la vida y sus tradiciones les indican que no hay convivencia posible con sus opresores . ¿No se podría aludir aquí a los haitianos, a los esclavos brasileños y a los incas? 

En la cita de Bagú se plantea el movimiento revolucionario como un proceso y no hay que olvidarlo pues podría interpretarse en el sentido de que no son importantes ni el programa ni las consignas. Si no fuera así, una gran insurrección producto de reiteradas injusticias, fortalecida por jefes inteligentes y opositores obstinadamente a la realidad, careciendo de programas, aun victoriosa, se diluiría en disputas internas y a la postre desaparecería.

Otras formas de protesta que refiere Bagú son las que llevan a cabo criollos y mestizos: los comuneros de Asunción del Paraguay, los comuneros de Nueva Granada, los defensores de Buenos Aires en 1806 y 1807, la rebelión del Cabildo de Caracas en 1808, las juntas municipales de Chuquisaca y La Paz, y la primera junta de Buenos Aires de 1810. Estos movimientos son situados como antecedentes de la Independencia y su mención es oportuna, pues en muchos casos pueden advertirse ya los futuros cuadros de la burocracia política y militar que heredará el poder una vez expulsados de América los representantes de la monarquía española. 

La insurrección de Hidalgo rompe el esquema de las protestas y levantamientos anteriores: su ejército congrega en su mayoría indigenas, pero también mestizos y criollos. Bagú, al citar el bando de Hidalgo del 29 de noviembre de 1810 contra la esclavitud, afirma que este documento es una declaración de guerra de clases en verdad extrema. Esta disposición, desde luego, podría haber causado el temor y enojo de los dueños de esclavos, pero en realidad la medida que habría tenido graves consecuencias para el poder español hubiera sido la aplicación del bando del 5 de diciembre de ese mismo año, que comenta enseguida Bagú, por medio del cual se altera el sistema de propiedad de las tierras de cultivo a favor de los indigenas. Esta última medida, según Bagú, recuerda al movimiento dirigido por Artigas en la Banda Oriental del Uruguay, en 1811.

Por otra parte, un aspecto poco estudiado hasta la fecha respecto a los hechos de la Independencia es, sin duda, el de la comunicación o difusión de noticias y disposiciones. Es claro que en el caso anterior las medidas dictadas por Hidalgo fueron conocidas por las autoridades de la Nueva España, y tal vez también por los jerarcas adinerados de las poblaciones de importancia; pero es dudoso que la gente común y sobre todo los futuros beneficiarios de ellas se enteraran. Según las fuentes más confiables de la época, lo que en verdad alarmó, no sólo a autoridades y religiosos sino a gran parte de la población que aquellos controlaban, fue lo ocurrido después de la toma de Guanajuato por los insurgentes: el saqueo y los degüellos pusieron a temblar a todos. Con la derrota de Hidalgo y Morelos, dice Bagú, se cierra «el gran prólogo frustrado de la revolución social que inaugura la etapa de las luchas por la Independencia en el subcontinente latinoamericano.

Los movimientos que analiza Bagú como revoluciones sociales frustradas quizás expresen un aspecto poco estudiado por los intelectuales latinoamericanos. No se trata de enfocar al asunto como un simple problema de objetividad sino ir más allá, a la linea divisoria entre lo que fue y lo que uno hubiera deseado que fuera; entre una posición ideológica y lo que los hechos muestran. Al evocar a José Luis Romero. Bagú expresa una gran verdad: se va al pasado para comprender el presente. Y bien, este presente lleno de incertidumbre y de crisis a menudo obliga a construir un pasa do que nos reivindique de las miserias actuales. En la historia mexicana sobran ejemplos de esta tarea de recreación ideal al grado de que ya quedan pocos sucesos y personajes disponibles para estos menesteres . ¿Cómo saber si los cinco personajes del escrito, Tupac Amaru, Toussaint l’Ouverture, Hidalgo, Morelos y Artigas, de haber sobrevivido a sus desventuras, habrían inspirado comunidades libertarias con formas republicanas? 

Una respuesta tal vez apropiada se encuentre en los sucesos posteriores. Tupac Amaru representa en su momento la resistencia indígena que desde la conquista y después de la Independencia se manifiesta esporádicamente contra los repartimientos, tributos y demás cargas que con distinto nombre sobrevivieron en las naciones independientes y republicanas de América Latina. Los sostenedores de estas injusticias son precisamente algunos de los próceres de las guerras de independencia. Cada región latinoamericana cuenta con listas de indígenas famosos que encabezaron pequeñas y grandes rebeliones, y lo mismo puede decirse del caso de Brasil con sus inconfidencias; en algunos casos estas rebeliones fructificaron en gobiernos que duraron un tiempo pero finalmente la materialización de esta rebeldía fue sofocada. Sobre el Haiti de L’Ouverture, lo que siguió es elocuente: Christopher restableció el esclavismo bajo una cruel tiranía, en tanto que Petion favoreció una cierta forma de democracia mezclada con una política agraria favorable a la población. Artigas es otro ejemplo de combatiente social que repartía tierras pero tuvo que exiliarse en el Paraguay, traicionado por sus lugartenientes. Hidalgo, tras el grito por la conspiración descubierta, entra en una trágica y breve ebullición que lo convierte en jefe militar de masas incontrolables por los agravios de siglos, para terminar traicionado en plena huida. Morelos, con todo y su genio militar caerá por el pesado lastre del cuerpo burocrático que ayudó a construir, pues en épocas de guerra los congresos estorban.

Para Bagú, éstas fueron «revoluciones sociales que desviaron su curso o fueron dominadas mediante la violencia institucionalizada», pero que no deben ser consideradas como utópicas, y aunque así fuera, «las utopías de un día dejan el germen de las realidades del día siguiente en la historia de los pueblos». Y aquí, ante esta definición valdría plantearse el alcance de los movimientos sociales y las revoluciones. No bastaría afirmar que la dinámica propia del proceso revolucionario marca una especie de ruta, o que la oposición a dicho proceso acrecienta su carácter pues siempre es necesario saber hacia dónde se va o qué se pretende.

Los movimientos sociales y revolucionarios los realizan, por lo común, grupos y clases subordinadas; y esto que es obvio a veces no se tiene en cuenta al tratar de la Independencia de América Latina. La invasión napoleónica a España y el derrocamiento de su monarquía, junto a las pretensiones de dominio de Estados Unidos e Inglaterra, son los elementos básicos para entender las guerras de Independencia y dentro de éstas, las reivindicaciones de las masas oprimidas. La descomposición del poder español deja la mesa puesta a sus personeros en las colonias; en su fase inicial, la que estudia Bagú, son estallidos que en un principio escapan al control de las autoridades virreinales. Más adelante, con la Independencia, los intereses regionales entrarán en arreglos con británicos y estadounidenses. De tal manera, nuestros símbolos de redención social, ubicados en su mundo se debaten e infortunio y adquirirán la dimensión heroica por las fuerzas a las que se enfrentaron realmente, y no por actuar a manera de bálsamo o calmante de los sinsabores del presente.

Las guerras de Independencia de América Latina son materia histórica, y aunque conmueva la suerte de un Bolívar incomprendido; de San Martín, que iluminado fijó en la Constitución del Perú que eran ciudadanos del Perú todos los nacidos en América; del general Santa Cruz, de Morazán y en fin de los que buscaron mantener la unidad del subcontinente, lo cierto es que prevalecieron los Rivadavia, los Páez, los Santander, los Mariño. En resumen, la realidad dice que aquéllas fueron independencias criollas prohijadas por los intereses de las grandes potencias.

Después de Ayacucho, los sobrevivientes regresarán a su condición, y los intereses que buscaban desplazar a los peninsulares quedarán dueños de los ejércitos, formarán la burocracia, compartirán con los extranjeros el comercio, las minas y los latifundios. La institucionalización de dichos intereses exigirá la formación de repúblicas o republiquetas, para usar la expresión de Bolívar, y el regionalismo exaltado poco a poco desvirtuará el concepto de patria grande o única que compartían lo impulsores de la Independencia.

Bagú ha señalado certeramente dónde empieza y termina lo social de las guerras de independencia con los ejemplos desarrollados. El elogio que hace al inicio de su trabajo de las tres revoluciones mexicanas, 1810, 1857 y 1910, indicando su importancia para la unidad latinoamericana, quisiera remarcar los aspectos sociales como elementos unificadores del verdadero pueblo. El riesgo que se advierte en esta práctica es que el potencial revolucionario de los insurgentes se encarna en estos personajes, de modo tal que el heroísmo que se les atribuye los aparta de su fuente convirtiéndolos en seres excepcionales y símbolos de lo inalcanzable. En este punto, los representantes de los grupos dominantes manejarán a su antojo la veneración popular tal como se hace en México. Se debe recordar a Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Zapata, para que los desheredados no se recuerden a sí mismos. Si se recalca el sacrificio y el heroísmo de alguno de ellos, aun con los más altos títulos de legitima representación popular, se ahondará la distancia que lo separa del pueblo que lo inspiró y dio fuerza. Justo es honrar a los dirigentes si se destacan las bases de su sustentación. Alrededor de Hidalgo y Morelos hay indigenas con lanzas, flechas y piedras luchando por su liberación. Si es posible deshacerse de los residuos del romanticismo que aún persiguen nuestro presente, quizá podamos entender por qué los nuevos luchadores sociales se cubren el rostro.

1 Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, año XXXI, nueva época, oct.-dic. 1985, núm. 122.

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José Villaseñor Cornejo
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Historiador especialista en Revolución Mexicana y Movimiento Obrero Mexicano. Co-autor del volumen 5 "En la revolución 1910-1917" de la colección "La Clase Obrera en la Historia de México", ed. Siglo XXI, y colaborador para varias publicaciones de la UNAM. Nota: esta cuenta de autor es controlada por la administración de Breviarium.digital y fue creada con el objeto de dar crédito por el texto y facilitar las búsquedas con su nombre.

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