Latinoamérica: Movimientos Sociales y Emancipación
Por José Villaseñor Cornejo
La globalización ha proyectado los estudios sobre los movimientos sociales a una dimensión que tiende a su generalización o teorización por efecto de un intento de empalmar o ejercitar una forma de paralelismo con el fenómeno global.
Existen también, desde la década de los ochenta del siglo pasado diversas corrientes que centran su atención en la manifestación del fenómeno estableciendo un ciclo inicio-fin con propósitos de aprehensión y búsqueda de sus elementos constitutivos para explicarlo. Se procede así a separar los sujetos reales de sus referentes históricos, para establecer las relaciones de comportamiento y funcionalidad de una estructura que permitan predecir acciones, y sentar las bases de una explicación con carácter general. El paso siguiente, la teorización, desde el ámbito académico cumplirá la misión de institucionalizar y normar, sobre todo, los actos sociales de modo que desde la perspectiva de la política, sea posible catalogar la inconformidad social según un patrón de legitimidad que responde a los datos que sobre el comportamiento humano se imponen como requisito en la citada teoría. Los actos de inconformidad organizada al margen, quedan pues sujetos a su eliminación judicial o condena institucional.
Uno de los ejemplos de lo anterior más acabados lo constituye la obra de Tarrow. Este autor, que en el ámbito académico tiene muchos seguidores, ha desarrollado una teoría sobre los movimientos sociales a partir de un detallado análisis de movimientos ocurridos en Estados Unidos a partir de la década de 1960. Este autor prescinde del concepto de clase social y se aventura a proponer ciertos condicionantes para que se produzca un movimiento social que prospere y, mejor todavía, que consiga hacer efectivas sus metas. Por principio de cuentas, Tarrow (1) sostiene que debe haber una demanda a plantear a la autoridad, gobierno o poder político, que exista cohesión de los interesados basada en la solidaridad y en una determinada forma de organización (masa-liderazgo). De gran importancia para este autor es la “oportunidad”, que permite a la dirigencia aprovechar el momento para iniciar el movimiento, considerando desde luego como requisito que el poder ignore o trate de acallar la demanda social de los inconformes. En este cuadro no caben actos de violencia, pues se trata precisamente de obtener la calidad de interlocutores para solucionar el conflicto.
En este esquema de lo que es un movimiento social y su forma de manifestarse, no importan cuestiones ideológicas, referentes históricos ni antecedentes y nexos con los sistemas políticos donde se desarrollan los acontecimientos. Protestas pacifistas, contra el racismo, por la igualdad de género, medio ambiente, preferencias sexuales, exclusión social, etc., pueden ser estudiadas si se atiende a las propuestas de Tarrow.
Esta nueva metodología, por llamarla de algún modo, es una de las citadas variantes para enfocar lo que se ha dado en llamar los nuevos movimientos sociales.
Existe una profusa bibliografía que llega a la periferia en idiomas extranjeros, donde se polemiza sobre la validez y necesidad de reconocer la “acción colectiva” en la conceptualización, así como los “repertorios” que están a la mano de los participantes de los movimientos. Todos colaboran en la integración de una teoría que ha llegado a copar no sólo los espacios académicos donde la ortodoxia se asienta, sino ha cubierto los resquicios de la contestación que se decía marxista, y que cree modernizarse adoptando estas formas de organizar el pensamiento.
Decir “nuevo” hoy, significa indirectamente señalar lo viejo, es decir, el movimiento de la clase obrera, del campesinado y con una trampa de ignorancia histórica, la lucha indígena que se estudia como reivindicación de identidad cultural, cercenando su contenido de clase.
¿Valdría cuestionar la tesis académica de que la temática de los nuevos movimientos sociales se ha constituido ya en un campo de investigación propio? La variedad de protestas sociales de finales de los años 60 del siglo pasado impulsó a los estudiosos a concluir sus investigaciones empíricas con elaboradas teorías. Si las protestas eran estudiantiles contra la guerra, por el desempleo, por las condiciones internas de sus escuelas, la opresión política o por solidaridad con sectores sociales, la tendencia de los estudiosos respondía a la lógica de buscar antecedentes en el campo histórico-social para presentar una visión fiel, estructurada del ciclo de protesta hasta su desenlace. Y si bien algunos aventuraban con sus conclusiones la consabida generalización, debe hacerse notar un hecho poco analizado de esta cuestión.
Existe una capa de estudiosos que espera pacientemente que otros terminen la agotadora tarea de buscar, registrar, ordenar, enlazar y finalmente interpretar los hechos de las contestaciones sociales, para cosechar los frutos ajenos (resultados y conclusiones), y elaborar conjuntos, homogeneizar experiencias distantes y hasta contradictorias, para ofrecer a la consideración del medio ya no tesis, sino teorías de todas las formas de protesta social.
El ejemplo de los movimientos estudiantiles permite apreciar las dificultades de conceptualización y generalización en las tareas de caracterización que se emprende. Temporalmente, las protestas estudiantiles se niegan en la realidad a ser catalogadas como nuevas, ya que los registros históricos desmienten cualquier pretensión de exclusividad posmoderna. Por sus motivaciones, se enlazan externamente a otras protestas de carácter social o político que desembocan casi siempre en enfrentamientos armados. Este ejemplo se repite en Latinoamérica con cierta regularidad. Internamente, existen numerosos casos de protestas organizadas por la aplicación de reglamentos lesivos, restricciones de ingreso o egreso, aplicación de cuotas y, a menudo, rechazo a las formas de impartir y administrar la enseñanza que da lugar a reformas, las cuales siendo combatidas en su momento desde las instancias estatales, más tarde serán reconocidas como benéficas y necesarias para el desarrollo general del sistema educativo.
El análisis de los movimientos estudiantiles da cabida a toda suerte de conceptos y componentes de teorías. Si se parte del análisis de sus demandas se omiten los referentes históricos que ligan estos con los afanes y protestas de otras generaciones que, en su conjunto, expresan un largo proceso de resistencia por conservar y mejorarlas condiciones mínimas para su desarrollo educativo y profesional. O bien, buscan con su contestación revertir medidas perjudiciales impuestas en una coyuntura desfavorable a sus intereses.
Algunos teóricos afirman que los movimientos buscan interlocución con el poder, es decir, una forma de reconocimiento estable que facilite la institucionalidad de la protesta. Sin embargo, muchas protestas organizadas de los estudiantes desmienten esta versión, si se trata de un conflicto al interior del sector educativo.
Se afirma con cierta veracidad que los alcances y persistencia de la contestación se determinan por la capacidad de resistir la coerción y la represión. Y desde la teoría se alude a la organización, la capacidad de la dirigencia para guiar, y a la inteligencia del movimiento para obligar al poder a negociar. Cohesión y liderazgo bastarían así para mantener la protesta con posibilidades de triunfo, pero los teóricos se les escapan algunos detalles. Los estudiantes y el poder no actúan solos. Elementos no considerados son la sociedad, las organizaciones sociales, empresariales, medios de difusión e instituciones estatales.
Los contendientes se abren en busca de aliados y refuerzos, la solidaridad y la propagación se enfrentan a la decisión de no permitir que crezca la protesta social y liquidarla en el menor tiempo posible. ¿Cómo explicar este movimiento expansivo teóricamente? ¿Quedaría situado como expresión de la clase media ante la pauperización que la amenaza? ¿ Se inscribiría como episodio de una lucha por el derecho a acceder al conocimiento? ¿O como en el caso del derecho al sufragio se estaría pugnando por generalizar una conquista política? ¿Y no sería acaso una aspiración de las clases subordinadas?
En cuanto a los movimientos estudiantiles que se proyectan externamente, vale decir que su origen, hay que recalcarlo es externo y se introduce naturalmente a la escuela. En América Latina los estudiantes han encabezado muchas protestas y se han analizado éstas desde la perspectiva de su organización, la elaboración, mantenimiento y cambios en sus demandas, las distintas fases de su desarrollo interno (asambleas, debates, marchas, propaganda, etc.) Y a partir de estos esfuerzos de construcción intelectual surgen “enseñanzas” de lo que debe y no debe hacerse, es decir, se ignora el origen de la inconformidad que se oculta en la historia y en la práctica social, pasa por alto las relaciones que hacen posible la materialización de la reivindicación en un espacio concreto, donde se procesa, articula y regresa a la sociedad para su confrontación con el poder. ¿No se queda corta la teoría que explica sólo el proceso de la organización estudiantil? ¿Qué tanta validez tiene la explicación de la exteriorización de un conflicto social.
Los nuevos movimientos sociales no contemplan ni explican el fenómeno de la “espontaneidad” según los teóricos la acción colectiva es la expresión de lazos de solidaridad e identidad de intereses. La explicación que ofrece resulta de una simplicidad que asombra, aunque en el fondo, a pesar de ellos mismo, tal vez tengan algo de razón.
El fenómeno de la protesta congrega no sólo a los adherentes o interesados iniciales, y debe advertirse que aún cuando la expresión del conflicto se lleve a cabo en lugares cerrados son de gran importancia los agregados intempestivos, por la razón de que un movimiento que no crece cuantitativamente ve sus posibilidades de sobrevivencia muy reducidas. ¿Los agregados comparten en su totalidad las aspiraciones de los que proyectan e inician la contestación? Si los sucesos se desarrollan en lugares públicos los agregados alteran los planes y pueden cambiar el curso y destino de la protesta. Esta realidad contradice el argumento de la homogeneización basada en la solidaridad (2).
¿Y no son más comunes las acciones de protesta que aun contando con cierta organización no se plantea el acuerdo o la concertación con la autoridad? Abundan los registros de movimientos cuya persistencia y combatividad corría paralela con la convicción de que sus demandas excedían las posibilidades del poder, pero la amenaza de aniquilación sostenía la resistencia. En una experiencia reciente (3), un movimiento estudiantil se generó por la decisión de la autoridad de establecer mecanismos de cobro por los servicios educativos. En la gestación de la protesta y su organización intervinieron referentes históricos, unos de la política del país en cuestión, y otros de las experiencias de generaciones anteriores. En esta amalgama influyeron elementos básicos de experiencias recientes de otros movimientos, del país y del extranjero, así como la forma de organización intelectual que se derivó de la cultura política de los participantes.
La demanda del movimiento, la esencial, se adicionó con otras de carácter procedimental y con la exigencia de una transformación de la entidad educativa afín a los intereses de la mayoría. Como ejemplo de la tradición política existente, se consideró que las demandas deberían quedar plasmadas legalmente para evitar cambios o retrocesos en lo obtenido.
La posición de la autoridad pretendió acercarse a la demanda esencial tomando posiciones irreductibles en la pretensión de cambios institucionales, dejando correr el tiempo.
En la estructura del movimiento se observaron cambios importantes. Hay un aspecto poco estudiado sobre los efectos de los debates en las asambleas que hace que la base y la dirigencia establezcan una distancia considerable que aumenta conforme transcurre el movimiento.
En algunos de los movimientos de 1968, las dirigencias, aunque sujetas a las reglas de la democracia directa y a la revocación del mandato, en la búsqueda de una solución, a menudo se tomaron atribuciones derivadas de la ausencia de los militantes, violentando el principio de representación. En el último movimiento se estableció la rotación de dirigentes y su sometimiento férreo a las decisiones de las asambleas, lo cual permitió sostener las demandas, generalizando las experiencias del movimiento.
Era previsible que una fuerza externa a la institución rompiera el equilibrio de la confrontación, pero la exigencia esencial triunfó a pesar de la falta de un acuerdo que legalizara el fin del conflicto. ¿En qué sentido se podría agregar esta experiencia a otras para conformar alguna teoría útil? ¿Cuàles son los elementos históricamente irrepetibles y cuáles las similitudes con otros movimientos que valide la generalización? ¿La búsqueda aparentemente frustrada de la sanción legal a las demandas caracterizarían al movimiento como un fracaso? ¿O será que la lucha con el poder o la autoridad carece de tiempo y definición? Según la experiencia frente al poder no hay derecho o norma respetable. Sólo el combate y la resistencia constante abren la posibilidad de la reivindicación social y política, y en ese sentido el reciente movimiento estudiantil, triunfó sin necesidad de acordar condiciones lesivas a las siguientes generaciones.
Si existen formas diversas de acción y participación en los movimientos, como ocupación de espacios, bloqueos, marchas, hostigamiento, etc., así también existen variadas expresiones políticas e ideológicas, tanto en la masa de participantes, como en los temporales dirigentes (4).
El nivel de la solidaridad y la identidad de intereses que exponen los teóricos no son más que suposiciones engañosas; aquéllas descansan en la conciencia social en forma de conceptos sobre justicia, equidad, derecho a la vida y a disfrutar de los productos de su trabajo y en general en la convicción de que son necesarios cambios en la organización de la sociedad. Y la solidaridad no es algo que se acuerda con anticipación pues es común la reacción espontánea de apoyo de gente en apariencia ajena ante la protesta o la represión, pues como se dijo, la solidaridad es un elemento constitutivo del ser humano que se manifiesta de diversa manera.
La caracterización de los llamados nuevos movimientos sociales concentra su esfuerzo en los elementos visibles de un movimiento social más complejo, enraizado en la historia y, por lo mismo, sujeto a especificidades rigurosas cuyo análisis debe mostrar los elementos repetibles por cuanto son producto de la lucha y la resistencia por cambios de carácter político-social, ignorar la especificidad de un movimiento y comparar sólo sus aspectos fenoménicos, darán como resultado un listado de conceptos listos para integrar un esquema con pretensiones teóricas insostenibles.
Revisado este punto, habría que reflexionar sobre los otros movimientos sociales, los “viejos movimientos sociales” que fueron arrojados al depósito de las cosas inservibles por los teóricos. Si tomamos el ejemplo del movimiento obrero ¿qué lo hizo viejo e inútil?
Después de más de dos décadas de globalización, los sindicatos en todo el orbe, y especialmente en América Latina han perdido paulatinamente su capacidad de resistencia. Esto se debe al libre flujo del capital financiero y la incesante búsqueda de regiones laborales rentables a criterio de las grandes trasnacionales, junto a una constante desvalorización del trabajo como consecuencia de la revolución microelectrónica o tercera revolución industrial. Los sindicatos han tenido que aceptar la supresión de empleos, sometidos a una campaña estatal encaminada a eliminar prestaciones, garantías de estabilidad y aumentos salariales. Las reformas laborales iniciadas por las dictaduras militares en el sur del continente fueron seguidas por los gobiernos que los sustituyeron. En otros casos, se empleó la legislación existente para imponer la flexibilidad que nulifica los contratos de trabajo por tiempo indeterminado facilitando el despido sin indemnización. Si se revisan las reformas laborales y las legislaciones del trabajo latinoamericanas, se advierte una tendencia general a liquidar los ya de por sí precarios beneficios obtenidos por los sindicatos después de muchos años de sacrificios y luchas (5). En esta tarea estatal, no se advierten diferencias ideológicas en los gobiernos, sean conservadores, reformistas e incluso los denominados de izquierda.
Algunos autores interpretan erróneamente este fenómeno como el fin de una forma de producción que llaman fordismo, al que enmarcan en el Estado de bienestar, y la implantación del Estado de competencia que daría al capitalismo un nuevo impulso (6), donde la tarea de los gobiernos sería buscar la inversión extranjera, ofreciendo al capital trasnacional las mejores condiciones para su reproducción a costa de la mano de obra nacional (7). La experiencia de las reformas laborales en América Latina que según sus apologistas (FMI, BM) favorecerían el empleo y los ingresos de los trabajadores. Sin embargo los resultados fueron desalentadores si se atiende a los datos de la OIT. Según estos se aceleró el desempleo, se precarizaron los salarios y se restaron posibilidades de negociación colectiva a los sindicatos (8).
Las explicaciones de por qué se llegó a esta situación que prácticamente paralizó al movimiento obrero son variadas. Se alude a los problemas de la deuda externa latinoamericana y la crisis de los energéticos de la década de 1970 que obligó a los gobiernos a aceptar los lineamientos de las instituciones financieras internacionales. Se privatizaron los servicios públicos, empresas estatales, al tiempo que se desmantelaba la seguridad social. Estos hechos, que son conocidos, no se pueden atribuir a una medida unilateral del “imperialismo norteamericano” contra el tercer mundo para apoderarse de sus recursos, etc. Debido a que tales medidas se han aplicado también hasta en los países más desarrollados. Es evidente que más allá de estas explicaciones se encuentra una crisis grave e irreversible del capitalismo. La obsolescencia del Estado de bienestar coincide con el colapso del capitalismo de comando estatal de los países que se llamaban socialistas. Asimismo, desaparecieron los movimientos de liberación nacional y las revoluciones desarrollistas del tercer mundo.
El neoliberalismo con su libre flujo de capitales en busca de su rentabilidad y reproducción destruye economías no competitivas, provocando desempleo, exclusión social y salarios miserables. En la década de 1980 se argumentó que los problemas de la economía se solucionarían reduciendo salarios y beneficios sociales, eliminando trabas en las relaciones laborales que impedían el desarrollo de las empresas. Con el tiempo, esta especie tomó carta de naturalización entre los gobiernos y las sociedades por los efectos de la crisis, y hoy se maneja como verdad incontrovertible, a pesar de que el desempleo y la precarización avanzaron de la periferia del capitalismo a los países centrales, atacando y en muchos casos cancelando la seguridad social y los beneficios de los trabajadores.
Si en la etapa fordista el desarrollo del capitalismo permitió cierta redistribución de los beneficios, en la globalización se advierte que este modo de producción ha llegado a su límite histórico de expansión. La estructura trasnacional del capital manifiesta una nueva simultaneidad histórica que hace obsoletos a los estados nacionales junto con sus economías y sus componentes tradicionales: burguesía y proletariado (9). Aquella no-simultaneidad del pasado propició la creación de las naciones y la competencia para recuperar o alcanzar el grado de desarrollo de los países centrales; las luchas por la democracia y reivindicaciones del movimiento obrero son parte de este impulso desarrollista burgués por derechos civiles y reglamentaciones laborales necesarios para el buen funcionamiento de la sociedad productora de mercancías.
El fracaso del neoliberalismo y su incapacidad par usar la masa de trabajo global ociosa se atribuye a lo que se conoce como desvaloración del valor; éste que es el trabajo abstracto, se sujeta a una estándar de productividad determinado por la competencia que se eleva por efecto de las revoluciones industriales, con lo cual se reduce progresivamente la cantidad de trabajo en la producción de mercancías, depreciando éstas junto con el poder de compra. En esta tercera revolución industrial, la desvalorización alcanza también al dinero, provocando inflaciones y crisis monetarias (10).
El movimiento obrero ha buscado preservar y garantizar el sistema salarial luchando por leyes y reglamentaciones del mismo modo que en su momento la burguesía combatió los residuos gremiales del absolutismo que impedían el funcionamiento del mercado. Las referencias de Marx al trabajo, han dado lugar a confusiones. Así como definió al trabajo como la actividad inherente al desarrollo del hombre, dándole un carácter antropológico, también lo consideró históricamente propio del modo de producción capitalista (11). La primera interpretación sería, sin embargo, las que tomaron los marxistas tradicionales del movimiento obrero, los partidos socialistas y comunistas, convirtiendo la lucha de clases en el elemento básico del desarrollo capitalista.
La globalización impone el nivel de productividad propio de los países más avanzados tecnológicamente, desechando regiones enteras del planeta en su desesperada búsqueda de rentabilidad. Los estados nacionales de la periferia, y aún los centrales, desmontaron los obstáculos que exigía la valorización del capital, desregulando, privatizando y asumiendo el papel de administradores de la crisis. Sus clases obreras nada pueden hacer por la interiorización, sino aceptar salarios bajos, recortes de plazas de trabajo, costearse sus propios procesos de adaptación para competir y no ser despedidos, porque de lo contrario el capital buscará otro oasis más propicio a la valorización.
El marxismo del movimiento obrero es un movimiento por el trabajo, no un movimiento por su emancipación. Si hoy la crisis global del trabajo se muestra irreversible, es explicable esta “desaparición” del movimiento obrero.
Ante la realidad del neoliberalismo, que avanza rápidamente en la tare de desmantelar lo que queda del Estado social, resultan patéticos los esfuerzos del marxismo tradicional y de la socialdemocracia, quienes sueñan con una restauración del mito keynesiano. Esta forma de nostalgia, alimenta multitud de proyectos encaminados a eficientar a los aparatos estatales en sus tareas administrativas siguiendo las instrucciones de los organismos económicos y financieros internacionales que ordenaron su desmantelamiento. Para ellos, el Estado es un instrumento de gestión ahistórico desde el cual es posible ordenar la convivencia social y laboral con base en supuestas virtudes distributivas, a cargo de una clase política sujeta a lo que se ha dado en llamar “estado de derecho” y que no significa otra cosa que la imposición de una estructura legal que ampara intereses no compartidos por la mayoría de la sociedad.
Desde el inicio de la globalización, cuadrillas de especialistas de la burocracia estatal y de la academia se ocupan de armar propuestas de reformas, económicas y jurídicas, con el propósito de hacer retroceder el tiempo. En América Latina, se piensa que las reformas de las instituciones habrán de perfeccionar los hábitos democráticos de nuestras sociedades, invadidas por la corrupción de las élites políticas. Estos empeños desembocan invariablemente en el tema de la representatividad.
Sin embargo, la mediación política profesional como fruto de la práctica del sistema electoral, resulta insultante porque impone su representación, y su interlocución es ilusoria toda vez que en la democracia su función no es debatir sobre la producción y distribución de los bienes que produce la sociedad, razón única que justificaría su existencia, sino sólo participar como parte del engranaje administrativo que regula y garantiza la valorización del capital. Estas argumentaciones sobre las fallas de la democracia a menudo desembocan en una supuesta oposición entre mercado y democracia, cuando los conceptos de libertad e igualdad, como paradigmas de la Ilustración son expresión abstracta de los sujetos del mercado (12). La democracia, como forma política del capitalismo, establece mecanismos en forma de frenos y contrapesos, para que la supuesta mayoría resultante de este singular sistema de toma de decisiones, no se desborde y altere el orden. En el ámbito de los expertos de temas constitucionales se habla de una contradicción entre el sistema liberal de gobierno y el llamado “sistema populista”, expresión ésta referida a un sistema de mayorías sin control que atentarían contra los derechos de las minorías (13). Se sobrentiende que detrás de estos derechos de las minorías se buscaría proteger la estructura legal misma del Estado. Los juristas creen que los frenos y contrapesos son suficientes para garantizar la estabilidad y los derechos de los demás; sin embargo, otros opinan que estas mayorías sin control podrían desatar el caos y vulnerar el estado de derecho, con lo cual se impondría una decisión “soberana” para regresar a la normalidad. Estas consideraciones remontan a la historia latinoamericana, aunque sea este procedimiento el que se aplica en cualquier lugar donde la democracia tiene algún tropiezo. Pero se hace evidente que esta irrupción de las mayorías en los sitios claves de las instituciones, que se considera como amenaza de caos, sería la correspondencia real entre representantes y representados, es decir, algo intolerable. De lo anterior se desprende que priva la visión de que los males de la crisis se resuelven desde el aparato estatal. Y tal aparato al que se aspira sería precisamente el que operó desde la posguerra hasta fines de la década de 1960. Los esfuerzos intelectuales de burócratas y académicos keynesianos de izquierda estarían encaminados a perfeccionar los mecanismos de acceso a las bondades de las prácticas democráticas, sin afectar las directrices de los organismos financieros internacionales. La cruda realidad del neoliberalismo hace que los restauradores del Estado social se pierdan en el laberinto de los topos. ¿Cómo generar empleo sin déficit presupuestal? ¿Cómo recomponer la agonizante seguridad social con ingresos fiscales que apenas permiten operar a la administración pública? ¿Dónde buscar recursos, si ya se privatizaron los bienes nacionales? ¿Cómo financiar proyectos productivos sin el permiso del Fondo Monetario Internacional?
La ausencia del excedente económico que generó la expansión del capitalismo de posguerra y que hizo posible el Estado social, pretende sustituirse con el engaño de las fallas de la democracia, para entretener a los pueblos y ofrecerles participar en pequeñas muestras de gestión pública, en comisiones de transparencia ciudadanas y participaciones simbólicas en la distribución de fondos para zonas depauperadas en esquemas patéticos de “poder ciudadano”.
La nueva “democratización” de Latinoamérica se ha convertido en un filón para socialdemócratas, marxistas tradicionales y la nueva derecha popular, que portan colores distintivos pero comparten la misma doctrina político-administrativa neoliberal. La “izquierda” que llevó a los gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Venezuela, sin dejar de mencionar a Perú, Costa Rica y Chile, en la práctica confirma que sus aspiraciones keynesianas son sólo eso, en cambio, -qué paradoja-, en su momento Reagan y hoy Bush han sido superkeynesianos, pues han gastado miles de millones de dólares en programas para reactivar a la industria militar y para salvar a los mercados financieros (14). La imposibilidad de estos gobiernos para cumplir sus promesas confirma que la política es sólo la expresión de la forma indirecta de socialización, es decir, un eslabón necesario ligado a la trayectoria histórica de la sociedad productora de mercancías (15). La única política que la izquierda gubernamental puede impulsar es propiciar las condiciones para ofrecer una fuerza de trabajo barata y técnicamente competitiva al capital transnacional, ofrecer desregulaciones y concesionar recursos y servicios públicos, además de firmar tratados de comercio con las economías centrales para crear en sus espacios nacionales las ridículas copias miniatura de la “clase global” a lo Dahrendorf (16).
Sin perspectivas de emancipación los pueblos latinoamericanos son arrastrados periódicamente a participar en las disputas de los políticos profesionales en nombre de una pretendida defensa de la democracia. Si la libertad de cruzar un símbolo en una boleta, como fugaz prerrogativa de los ciudadanos para que un grupo actúe discrecionalmente por años en materias que comportan los intereses de una nación, al margen de compromisos y programas establecidos, es una práctica democrática, la tal democracia debe ir a la basura. La democracia que se practica en América Latina es la que está vigente en casi todo el resto del mundo y se corresponde como ya se dijo con la igualdad y libertad de la sociedad productora de mercancías. Las minucias sobre fallas en los procedimientos y las recurrentes trampas convertidas en vodevil de los medios, no alteran el funcionamiento del mercado, ni la libertad del capital financiero.
Los partidos y formaciones políticas que medran de los aparatos estatales buscan incorporar a su clientela a los movimientos sociales. En algunos casos, éstos han sido el germen de partidos que hoy gobiernan, como en Bolivia con Evo Morales. En otros casos un partido agrupa a varios movimientos para acceder a la administración estatal, que sería el caso de Brasil. También ocurre que una agrupación de movimientos se haga del gobierno, como en Venezuela. En este panorama se advierte la tendencia de acceder al gobierno como panacea para resolver los problemas, lo cual va de acuerdo con la tradición socialdemócrata y marxista, pero las consecuencias son graves para los movimientos sociales en general.
En la globalización, la protesta supuestamente anticapitalista, se ha dirigido contra los efectos de aquélla más que contra la valorización del capital. Son conocidas las posiciones de ATTAC sobre las ganancias especulativas y las de los sostenedores de la tasa Tobin, que junto con otras organizaciones asedian las reuniones de los organismos económicos internacionales, así como las celebraciones del Foro Social Mundial donde concurren movimientos sociales, intelectuales y académicos. La tendencia general que se advierte no es ni siquiera una crítica desde el marxismo tradicional, sino un coro de lamentos nostálgicos por el keynesianismo (17). Los movimientos sociales latinoamericanos que perduran tienen su fundamento en las reivindicaciones de los pueblos originarios. Cíclicamente se enfrentan a sus sistemas políticos, derribando gobiernos para obtener algunas mejoras que más tarde son escamoteadas al restablecerse el llamado estado de derecho. Las luchas de estos pueblos y sus avances organizativos, invariablemente se pierden cuando deciden participar en los juegos electorales de la democracia, como sucedió en Ecuador en los años noventa. En Bolivia, tras cinco años de luchas, de la “guerra del agua”, a la “guerra del gas”, se puso en jaque al neoliberalismo y se nacionalizaron los hidrocarburos. Pero la inclinación estatalista privó y se hizo del gobierno el MAS de Evo Morales. En la continuación del proceso político, es decir, las elecciones a la Constituyente, se privilegió la participación de los partidos políticos, pues los candidatos necesitaban de este aval burocrático, en tanto que los movimientos sociales y pueblos originarios sólo podían participar tutelados por el MAS. Según el resultado de la Constituyente, la aprobación de las propuestas del MAS podrán ser vetadas por la oposición. Tales consideraciones, que angustian a no pocos intelectuales de buena fe (18) no dejan de ser como una esperanza en la existencia del más allá. El MAS, con Evo, busca precios equitativos para sus recursos naturales, y aunque marque la estructura estatal con los colores y símbolos de las etnias, las cotizaciones de sus productos se fijarán fuera de su alcance. La tarea que le toca cumplir, como en los demás casos de sus colegas latinoamericanos, es eficientar el aparato estatal, de manera que responda a la lógica del mercado globalizado en un proceso de desgaste que hará retornar al movimiento popular a sus pasos iniciales, pues las soluciones a siglos de injusticias no se resuelven con funcionarios indígenas, sino suprimiendo los productos de la modernidad: Estado, nación, salarios, mercancías, etc.
Existen otros movimientos de pueblos originarios en varios países que buscan organizarse al margen de las instituciones, tanto política como económicamente. En México, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), asentado en el sureste del país, después de varias vicisitudes ha desarrollado en su territorio experimentos de organización autónoma notables. Su posición anticapitalista y desde luego su rechazo al sistema político mexicano le han granjeado el respeto y la solidaridad de los movimientos antiglobalización de prácticamente todo el mundo. Hasta este momento, la dirigencia zapatista ha condenado los efectos del neoliberalismo, pero no se conoce de ellos un planteamiento teórico sobre la crisis de la sociedad productora de mercancías, quizá porque en la etapa de su desarrollo actual, sus tareas se encaminan a la organización. La situación de los zapatistas es difícil. Como ejército indígena con comunidades independientes del sistema, buscan extender su influencia al resto del país con actividades políticas. Hacer política antisistema en el corazón del sistema, los enfrentan no sólo a los señalados como neoliberales sino a los neoliberales que se dicen de izquierda, sean éstos miembros de partidos, periodistas, escritores o académicos.
En la coyuntura electoral que vive el país, el EZLN decidió hacer la “Otra Campaña” paralela a los partidos políticos, con el fin de organizar y concientizar a los sectores más precarizados del país, con el fin de hacerles ver que la solución a sus problemas dependía de su lucha y no de las disputas electorales por el gobierno. La paradoja del asunto es que la mayor oposición y encono contra los zapatistas provino del partido que se asume como de izquierda. No pudiendo cooptar a los zapatistas para que apoyaran el proyecto neoliberal de la “izquierda”, se desató una feroz campaña de difamación contra ellos (19).
El panorama para los movimientos sociales en América Latina podría ser alentador, en tanto constituyan gérmenes de organizaciones verdaderamente anticapitalistas. No hay diferencias entre los gobiernos latinoamericanos, liberales y keynesianos de nombre. La socialista Bachelet en Chile refuerza sus lazos con Bush y apalea a los estudiantes que protestan por medidas implantadas por el asesino de su padre. El “obrero” Lula afianza los acuerdos de su gobierno con el Fondo Monetario, hace funcionarios a los corruptos dirigentes de su Partido del Trabajo, es sordo perdido ante el reclamo de tierras prometidas al Movimiento de los Sin Tierra y, benévolo, reparte migajas a los desempleados y miserables de su país. El izquierdista y frentista presidente uruguayo gobierna para estabilizar al país según lo dictan los organismos financieros internacionales. Kirchner, en Argentina echó a andar al lázaro justicialista para repartir mendrugos alegremente entre los piqueteros para dividirlos y que se olvidaran de sus fantasías auto- organizativas, en tanto que pone en orden sus relaciones con el Fondo Monetario y el Banco Mundial. Y Chávez, el mesías bolivariano, que hace discursos anti imperialistas huecos contra su comprador de petróleo, que busca alianzas con Rusia, Irán y China para desafiar a Bush, y reparte dólares para proyectos integracionistas en el sur, anunciando la llegada próxima del nuevo y auténtico socialismo, comparte el negocio del petróleo con compañías privadas y favorece las inversiones agroindustriales con sus políticas agrarias. Vale decir que la revolución bolivariana, fruto de una conjunción de movimientos sociales, lanzó al basurero al viejo sistema político cuyos partidos fueron incapaces de adaptarse a las exigencias de la globalización. El régimen de Chávez impulsa los acuerdos comerciales con sus colegas socialdemócratas del continente, ilusionado por competir en el mercado global (20).
De la misma manera que el marxismo del movimiento obrero, que buscaba el reconocimiento del capitalismo, como los movimientos de liberación nacional de la periferia que luchaban por insertarse en el mercado capitalista, estos gobiernos latinoamericanos se asumen de izquierda y sólo aciertan a repetir la vieja canción desarrollista fracasada. Los movimientos sociales, en la realidad imperante, necesitan ser globales, escapar de los caducos conceptos de nación y estado que los conducen a las prácticas políticas tradicionales. La profundización de la crítica del valor y la consecuente movilización colectiva contra los puntos claves de la reproducción capitalista, pueden acercar el fin de esta sociedad productora de mercancías.
NOTAS
1. S. Tarrow, El poder en movimiento. Madrid. Alianza Editorial, 1997.
2. Ana Rubio García, “Perspectivas teóricas en el estudio de los movimientos sociales”. http://www.ortegaygasset.edu/publicaciones/circunstancia/ano-i—numero-3—enero-2004/estados-de-la-cuestion/perspectivas-teoricas-en-el-estudio-de-los-movimientos-sociales Véase también: José María Aranda Sánchez, “El movimiento estudiantil y la teoría de los movimientos sociales”. http://www.ses.unam.mx/docencia/2014II/Aranda2000_ElMovimientoEstudiantil.pdf
3. CGH. “1er Manifiesto del Consejo General de Huelga”. 20 de abril de 2004. http://www.camacho.com.mx/cgh_huelga/manifiesto1.html
4. Josep Pont Vidal, “La investigación de los movimientos sociales desde la sociología y la ciencia política. Una propuesta de aproximación teórica”. http://www.raco.cat/index.php/Papers/article/view/25525
5. Marín, Enrique y María Luz Vega, La Reforma Laboral en América Latina. Un análisis comparado. OIT, Lima, 1999.
6. Hirsch, Joachim, El Estado nacional de competencia. Estado, democracia y política en el capitalismo global. México, UAM, 2001.
7. Trenkle, Norbert, Nem os baixos salários vos salvam!, http://www.krisis.org/1999/nem-os-baixos-salarios-vos-salvam/
8. OIT. Lima. Documento de trabajo 94 (1998), Globalización y ajuste estructural en América Latina. www.oit.org.pe/spanish/260ameri/publ/docutrab/dt-94/texto.shtml
9. Kurz, Robert, La nueva simultaneidad histórica.2004. http://104.198.209.4/2016/03/07/la-nueva-simultaneidad-historica/
10. Kurz, Robert, A desvalorizaçâo do valor. 2005. http://obeco.planetaclix.pt/rkurz199.htm Véase también del mismo autor*: A substância do capital. Primeira parte: A qualidade histórico-social negativa da abstraçâo “trabalho”*. 2004. http://obeco.planetaclix.pt/rkurz203.htm
11. Kurz, Robert, O duplo Marx. 1998. http://obeco.planetaclix.pt/rkurz8.htm
12. Jappe, Anselm. O mercado absurdo dos homens sem qualidade. http://www.krisis.org/1998/o-mercado-absurdo-dos-homens-sem-qualidades/
13. Gargarella, Roberto*, La lectura mayoritaria del “Estado de Derecho”*. http://www.miguelcarbonell.com/artman/uploads/1/la_lectura_mayoritaria.pdf
14. Trenkle, Norbert. De la critique du travail à l’abolition de la sociéteé marchande, junio 2003. http://www.krisis.org/2003/de-la-critique-du-travail-a-labolition-de-la-societe-marchande/
15. Jappe, Anselm. A democracia, que arapuca!, 1997. http://www.krisis.org/1997/a-democracia-que-arapuca/
16. Kurz, Robert, O ocaso da juventude dourada da globalizaçâo. 2003. http://grupokrisis2003.blogspot.mx/2009/06/o-ocaso-da-juventude-dourada-da.html
17. Lohoff, Ernst. Placebo ou resistência anticapitalista? 2001. http://www.krisis.org/2001/placebo-ou-resistencia-anticapitalista/
18. Zibechi, Raúl. “Bolvia: el deseado empate técnico”. México, La Jornada, 10 de julio de 2006
19. Véase La Jornada, a partir de enero de 2006.
20. Kurz, Robert. “A primavera negra do anti-imperialismo”. 2006. http://obeco.planetaclix.pt/rkurz222.htm Véase también: “Moleiro, Alonso. Venezuela no va al socialismo: marcha hacia el capitalismo pleno”. Entrevista a Douglas Bravo 20/04/06. http://www.gda.com