La frivolidad de las reformas

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Por José Villaseñor Cornejo Diciembre, 2012.

La reforma que propone el gobierno saliente de Calderón genera, como era de esperarse, una discusión que trasciende al Congreso, involucra a las dirigencias sindicales y a sus asesores legales, y llega a un sector de la academia, ligado temáticamente a la historia del movimiento obrero. Alega en su proyecto el ejecutivo un supuesto atraso o vacío en las relaciones laborales que afecta la competitividad del país y la productividad, propiciando un nivel de desempleo inaceptable, sobre todo a partir de la crisis de 2008 que, alega, “vino de afuera”. Esta argumentación se remata con la mención de que la última Ley Federal del Trabajo, hoy vigente, data de 1970. Para el gobierno, de esta fecha a la actualidad, las condiciones generales del país han cambiado.

Y bien, esta última consideración es la única con la que se puede estar de acuerdo, pero por motivaciones distintas a las mencionadas en el proyecto aludido. Recuérdese que en la década de los 80 se iniciaron las recomendaciones (órdenes) de los organismos financieros internacionales a favor de demandas de fondo (estructurales) en los aparatos estatales en materia financiera, económica y laboral, al tiempo que se presentó lo que se consideró como crisis de la deuda externa en varios países. Con la eliminación en varios países de las trabas aduanales y la desregulación financiera se llegó al mundo laboral imponiendo recortes de prestaciones y cambios en la contratación colectiva que afectaba salarios, jornada laboral y condiciones de trabajo, priorizando la contratación individual sobre la colectiva. Interesa recalcar que las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Banco Interamericano de Desarrollo y su aplicación como reformas laborales realizadas durante la década de los 90, por ejemplo las de Argentina, Brasil, Perú y Costa Rica, fundamentadas en el objetivo de crear empleos, aumentar salarios y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, fracasaron rotundamente según se puede comprobar consultando los informes de la OIT y la CEPAL de esos años, respectivamente.

De las reformas laborales sólo quedó desempleo, precarización, rebajas salariales y pérdida de prestaciones que fueron fruto de muchos años de trabajo y de resistencia obrera. Esta realidad abarcó después no sólo a los países poco desarrollados sino, por primera vez, alcanzó a las metrópolis.

Así, después de casi tres décadas, la clase política y empresarial mexicanas anuncian la buena nueva con su proyecto de reforma laboral para no ser menos y dejar constancia legal e histórica de una práctica que nunca les fue ajena, pues el desempleo, maquillado por la informalidad, la precarización del empleo, el estancamiento ya histórico de los jornales y las prestaciones ausentes, superan en antigüedad a las restantes reformas aquí consignadas brevemente.

Quien conozca un poco de los litigios que se desarrollan ante las autoridades laborales del país, con sus injusticias y brutalidades legaloides cotidianas, sabe que cualquier proyecto de reforma no hace más que revolver la ciénaga burocrática por un corto tiempo para regresar después a su estado natural. La polémica legislativa acerca de la rendición de cuentas de los fondos sindicales, y el voto libre, directo y secreto en la elección de dirigentes, serán sólo pretextos para intervenir sindicatos no gratos a los gobernantes: lo que no puedan exigir y sostener colectivamente los obreros, en realidad carece de sentido, pues el estado no tutela gratis. Cualquier cambio en las relaciones laborales incide directamente en la operación y viabilidad de las empresas. La reducción de salarios, la pérdida de prestaciones, la imposición de cambios en la jornada de trabajo, pueden mitigar momentáneamente los apuros económicos del patrón, pero a la larga se afecta la productividad y calidad de los productos y servicios como se ha demostrado hasta la saciedad.
Si esto es así, ¿qué impulsa ese afán lleno de riesgos, además de seguir esta conseja neoliberal? ¿Acaso será una forma malvada de retroceso social a cargo de los sectores más conservadores del empresariado con el propósito de imponer finalmente el código civil en sus relaciones con los trabajadores? Pero quizá la cuestión más importante sea averiguar las causas no sólo del desmantelamiento de las relaciones obrero-patronales contenidas en la contratación colectiva y los códigos y reglamentaciones que en el papel les ofrecían certidumbre, sino el significado de la crisis recurrente que se advierte en todos los órdenes de la existencia, en la casi totalidad de los países y que se convierte de hecho en una crisis de civilización. Tal vez algunas consideraciones sobre el trabajo orienten sobre esta problemática.

Desde sus orígenes, las luchas obreras se encaminaron a obtener salarios suficientes para sobrevivir; su resistencia los llevó a mejorar sus condiciones de trabajo consiguiendo reducir la jornada de trabajo. De las leyes civiles obtuvieron no sin esfuerzo, el derecho de asociación y el sufragio universal, al tiempo que la sucesión de enfrentamientos condujo a la intervención estatal, interesándose de este modo el estado en la situación del mercado de trabajo y la conveniencia de establecer una política industrial.

Esta temática, mezcla de denuncia y reivindicación es lo que define la importancia histórica del Manifiesto Comunista de 1848. De esta fecha, hasta 1989, año del derrumbe del llamado socialismo real, las diferentes concepciones del marxismo y sus corrientes opositoras al mismo desde el movimiento obrero, llegaron a un estado de confusión y parálisis reivindicativa. El enemigo de clase desaparece de su vista; el estado cede su carácter mediador por la vía política de las trabas a la producción y al mercado, limitándose principalmente a las tareas de seguridad. Las restricciones nacionales a las actividades financieras y mercantiles internacionales se derrumban y pierde sentido la existencia de un desarrollo económico nacional. La reacción general se orienta a la búsqueda de los responsables de tamaño desastre, señalándose al llamado neoliberalismo como el conjunto de políticas económicas impuestas por los organismos financieros y los grupos de corporaciones privadas internacionales.

El panorama que se vive desde la década de los 80 ha visto crecer las calamidades descritas, fortaleciéndose la opinión de que el sistema capitalista se encuentra inmerso en una crisis irreversible. Con la caída del socialismo real desaparecen de la praxis política del marxismo tradicional conceptos clásicos como lucha de clases, toma del poder, socialismo, y se pone en tela de juicio la interpretación de la sociedad esbozada en el Manifiesto Comunista. Y es que luchar por recuperar la plusvalía “no pagada”, constituir la propiedad estatal a costa de la privada de los medios de producción, la sustitución de la burguesía como clase dominante, trabajo obligatorio igual para todos, la creación de ejércitos industriales, y sobre todo, la dignificación casi sublime del trabajo asalariado frente al parasitismo de los capitalistas, exhibe al Marx ligado a las categorías de la ilustración sobre el desarrollo capitalista, donde todo se reduce al cambio de las relaciones de dominación y donde el estado y el capital son elementos neutros, aptos para instrumentar tal dominación.

La crítica de Marx, inmanente al sistema capitalista, no es fruto de su “inmadurez”, ni constituye una falla en su análisis, sino una contradicción explicable por el estado del desarrollo capitalista, ése sí, inmaduro en 1848. Los ideales de desarrollo y progreso lo compartían las sociedades del siglo XIX y especialmente la clase trabajadora. Bajo el lema de lucha de clases, los obreros contribuyeron al desarrollo capitalista con sus demandas económicas y sociales. La reducción de la jornada, la lucha salarial, el derecho de asociación conseguido junto al de ciudadanía, dinamizaron al capitalismo frente a la estupidez de patrones y políticos ignorantes. En resumen, los trabajadores, antes que enemigos mortales del capital, asumieron su papel en la transformación de capital vivo (fuerza de trabajo), en capital muerto (dinero), colaborando eficazmente en la modernización del capitalismo.

Frente a la concepción del Manifiesto y la significación real del movimiento obrero en el desarrollo capitalista, aparece otra visión crítica de Marx sobre el capitalismo, pero ahora su análisis se dirige a la historicidad del sistema. Como en el caso anterior, sus planteamientos se encuentran dispersos en el conjunto de su obra. Según Marx, la contradicción fundamental del capitalismo radica en la permanente transformación de energía humana en capital, en tanto que compite por el desarrollo de las fuerzas productivas; en éstas, la creciente participación de la ciencia y la técnica afectan la participación de la parte humana que crea el valor. El previsible desarrollo de este proceso, se entiende, terminará volviendo superfluo al trabajo.

La indefensión de la clase obrera ante las medidas desesperadas del neoliberalismo para sobrevivir a la crisis, se puede explicar no sólo por su función básica en la reproducción del capital, sino además, por la pérdida de dinamismo de la acumulación real. Hoy no aparecen espacios internos de desarrollo industrial como en la década de los 30, ni el escape fordista y la regulación keynesiana, ni las economías de guerra. Atrás quedó aquel decenio de 1970 de la expansión inflacionaria basada en el crédito público, que desembocó en la crisis financiera que se observa en la actualidad con todas sus consecuencias. El intento actual de recrear el keynesianismo sólo se tradujo en endeudamiento y aceleró la crisis en las finanzas públicas a nivel global. Es evidente que las crisis no operan en círculos, ni la historia marcha en reversa. El destino de la clase obrera está ligado indisolublemente a la valoración del capital; cuando el desarrollo de éste llegue a su límite interno absoluto, porque ya no encuentre espacios para su expansión, y su substancia vital (dispendio de energía humana) se haga insignificante por el ingrediente científico-técnico contenido en la mercancía, entonces, este mundo, preso de los atavismos, sin una conciencia crítica a la vista, caerá sin remedio en la barbarie que ya se asoma desde la década de los 90. Junto al trabajo asalariado, desaparecerán también los residuos de la cultura capitalista con sus categorías caducas: el estado, la política, el mercado, la democracia y todas las mediaciones que servían a la valorización del capital. En estas circunstancias, ante la crisis que envuelve ya a países y territorios en el desempleo, las protestas y la miseria, parecería una broma de mal gusto sumarse a los coros jeremiacos por algo tan irrelevante como la disputa entre las gavillas políticas nacionales por éste o aquel cambio de un proyecto de reforma, que de ninguna manera afecta el ya avanzado proceso de descomposición del capitalismo.

MATERIAL CONSULTADO

Kurz, Robert,
A ruptura ontológica”, en Um crítico na periferia do capitalismo. S. Paulo, 2007. http://obeco.planetaclix.pt/rkurz282.htm
A teoría de Marx, a crise e a aboliçâo do capitalismo”. www.exit-on-line.org (13.05.2010). http://o-beco.planetaclix.pt/rkurz363.htm
O pós-marxismo e o fetiche do trabalho”. Revista KRISIS, No. 15, 1995. http://obeco.planetaclix.pt/rkurz136.htm

Mexico Laboral. www.boletin-informail.com/reforma_laboral/ octubre 2012.

Villaseñor Cornejo, José
La situación de la clase obrera”, en Jorge Cadena, Márgara Millán, Patricia Salcido (coordinadores), Nación y movimiento en América Latina. El debate latinoamericano, Vol. 4, pp.139-151. México. Siglo XXI Editores. 2005.