De la credulidad, lo que les acomode
Este tipo de eventos destapan muchas cosas, algunas más interesantes que otras, por supuesto.
Voy a descartar a la aristocracia clasemediera cristiana de Zamora, Michoacán, del grupo de defensores de la señora Rosa Verduzco, para poder observar a los que en otras geografías y otras historias de vida tienen enfrente de sí los testimonios, videos y fotografías de la inmundicia en la que tenía sometidos a los niños que por abusos judiciales le eran entregados.
Las evidencias no son nuevas, se remontan a denuncias de mucho tiempo atrás, años y décadas, acusando el enorme poder de esta mujer entre los círculos gubernamentales e intelectuales de México, el gran flujo de dinero público y privado que recibía sin fiscalización, y el estado de miseria, enfermedad y hambre en que tenía a los infantes, situación que se agravó año con año hasta llegar al estado en que vimos ayer en medios corporativos.
Pero a persar del cúmulo de evidencias y la factibilidad de su veracidad, muchísimas personas se pierden en un discurso confuso, infieren la inocencia de la señora bajo la premisa que niega incluso la existencia de todo aquello que el gobierno llegue a afirmar que exista: Si el gobierno la acusa, no sólo es inocente, es víctima de una venganza/montaje/complot, por tanto y sin lugar a dudas debe resultar una heroína y debemos dar la vida por ella.
Y eso me asusta, porque esa conclusión no sólo es errónea por el método en que se obtuvo, es falsa su hipótesis fundamental y es falsa la conclusión. Me preocupa mucho, en verdad lo digo: me angustia la idea de que cuando manifiestan apoyo a presos políticos como los casos de Alberto Patishtán, Mario González, Luna Flores, etc… no tienen una convicción racional, honesta, auténtica de su inocencia, sino que los “apoyan” solo como una forma de contradicción a cualquier cosa que haga el gobierno.
Yo no apoyé al profesor Patishtán sólo porque fuera de la comunidad del Bosque, o porque fuera simpatizante del EZLN, ni mucho menos porque sea moda estar en contra de cualquier cosa que haga el gobierno. Siempre tuve una firme convicción basada en la lectura de los documentos públicos del caso que se trató de involucrarlo en un crimen que no cometió y que ello se debió a una decisión política. Yo conté con la convicción racional real basada en las evidencias a mi alcance de que él es un hombre inocente.
¿Cómo diablos pude saber eso si no estuve en el lugar del homicidio? He leído las declaraciones de quienes lo acusaron, he encontrado las contradicciones obvias en circunstancias de modo, tiempo y lugar que me permiten comprender que estaban mintiendo, he leído los consistentes testimonios de quienes lo ubicaban en otro lugar, he podido comprender que la única persona que lo señalaba como autor material del homicidio en realidad afirmó que no le pudo ver la cara en ningún momento. Y sí, pude encontrar todo eso en la averiguación previa del propio gobierno, no tuve necesidad de descartarla haciendo gestos como un gasterópodo babeante al contacto con la sal, no se trata del simplismo de “aceptarla o rechazarla”, eso es estúpido y propio de tercos legos en Derecho. De las propias investigaciones oficiales es sencillo determinar la verdad o falsedad de los hechos a que refieren, o lo jurídicamente correcto o incorrecto de sus conclusiones.
Es por lo anterior que tengo elementos suficientes para generar una convicción plausible sobre su inocencia, en base a ello fue que exigí su liberación y pedí a todos los que conozco que se sumaran a esa demanda. Podría decir lo mismo de otros casos, como los de Mario González o Luna Flores, pero quizás sea en otra ocasión que les comente detalles de sus casos.
Baste por ahora insistir en que, dentro de los parámetros de lo que nos es posible conocer, debemos hacer un examen de las evidencias disponibles y allegarnos de nuestra experiencia y conocimientos para estructurar una interpretación lógica, racional sobre los eventos que suceden a nuestro alrededor, estar dispuestos a seguir recibiendo nueva información y cambiar de opinión cuando nuevos elementos nos permitan concluir que estábamos equivocados; en palabras menos elegantes: no ser tercos.
Estoy francamente asombrado de la facilidad con la que muchas personas creyeron la existencia de una invisible y gigantesca red de trata de personas en el PRI-DF sólo por una grabación de la cual no se deriva tal extremo y sólo porque lo dijo Carmen Aristegui. Cuán grande (y justificada, es cierto) la repulsión a los dirigentes del PRI que pueden dejar que los convenzan de cualquier absurdo con nada más que retazos de información mal fabricada; pero esas mismas personas son capaces de negar lo que sus propios ojos ven como un abuso infantil, sólo porque quien está procesando el caso es el gobierno al que tanto odian.
A esas alturas ya no estamos hablando de la verdad, de la justicia, de la infamia, del dolor, del crimen, de la explotación, del robo… Esto se trata de que odian a Peña, odian al PRI y cualquier cosa que sea contra ellos, falsa o verdadera, justa o injusta, estarán dentro. ¿Y saben a dónde los va a llevar esa forma de pensar? Derechito a la fila de la urna de votaciones las próximas elecciones, porque cómo les venden la idea en cada elección: el mejor remedio para quitarse ese trago amargo de odio e impotencia, es hacer cualquier cosa, aún cuando sea falsa y dañina para todos, siempre que sea (aunque sólo de palabra) en contra del PRI.
Así que es triste, pero ya desde ahorita puedo ver exactamente quiénes serán los que previo a la próxima elección, entrarán en pánico, sudarán, sufrirán, y se tornarán en nuestros mayores enemigos por no contagiarnos de su histeria y acudir a las urnas a votar “por el menos peor, o alguien peor, o quien sea, cualquiera menos el PRI”.
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