Charlie y la fábrica de fobias. Parte 1

Charlie y la fábrica de fobias. Parte 1

Ha golpeado al avispero de la reacción el cobarde y monstruoso ataque armado del pasado 7 de enero de 2015 a la redacción de la pequeña revista francesa de sátira caricaturizada Charlie Hebdo en donde fueron heridas 11 personas y asesinaron a 10 integrantes del equipo, un escolta y un uniformado de la policía parisina.

Oficinas de Charlie Hebdo tras el ataque

Oficinas de Charlie Hebdo tras el ataque

La premura con la que muchos sectores en todo el mundo se han pronunciado ante el evento es una revelación espontánea del estado de estancamiento y pudrición de la filosofía moderna que hace prácticamente indistinguibles los discursos de la izquierda de los de la derecha. El enemigo común ha sido señalado y la diana de disparo se ha colocado sobre el lomo de la libertad de expresión. Se le acusa de ser una libertina descarriada provocadora de ofensas que son traducidas en violencia, no sólo contra quien se expresa, sino también de ser responsable por la violencia del sistema entero de opresión imperialista contra pueblos no occidentales.

El linchamiento contra la libertad de expresión pretende convertirse en el fin de su historia, es tanto la oposición a su realización liberal, como la negativa a su superación dialéctica. Todo ataque contra ella en estos momentos se ha ubicado en la reacción del totalitarismo despótico de la apología religiosa por un lado, o de la reacción nihilista que la desprecia por ser, de los instrumentos revolucionarios, el más poderoso, y para comprender ese potencial es importante notar cuál es su origen.

Todos los caminos del cambio pasan por la blasfemia

La blasfemia en la perspectiva de la ideología religiosa, que era la dominante en el mundo antiguo y Edad Media, representaba la mayor de las afrentas contra el orden social cuyas normas eran impuestas por mandato divino. No hay ley más poderosa, legítima e inmutable que la dictada por una deidad infalible, si bien este poder era algo laxo bajo el dominio del politeísmo, el monoteísmo lo totalizó. La blasfemia no era la simple ofensa vulgar contra la personalidad divina, la blasfemia era el cuestionamiento de la verdad de la norma. La blasfemia era la contradicción de las ideas dominantes y estaba prohibida.

En el salón de la fama de la blasfemia podemos encontrar a Sócrates, Jesucristo, Martín Lutero, Giordano Bruno, Galileo Galilei o Baruch Spinoza. Cada uno de ellos formuló contradicciones de las ideas que daban sustento al orden social establecido en sus respectivas épocas. La blasfemia era esa contradicción, correcta o incorrecta, noble o perversa, el orden la reprimía y castigaba con la máxima pena: la muerte. Ese castigo era el régimen establecido defendiéndose a sí mismo y asegurando su propia permanencia.

La blasfemia corrió con mejor suerte cuando un nuevo orden que se estaba gestando, el capitalista, le reconoció su valor intrínsecamente revolucionario, desarrolló una nueva filosofía que sustentaba en ella la razón de su imposición frente al totalitarismo del régimen agonizante y, por supuesto, la adoptó como derecho del nuevo Hombre, la domesticó y transformó en un don concedido por el universalismo de su campo de ideas, pero sólo practicable bajo la tutela de la soberanía de su organización política y oponible ante otras culturas que la niegan anacrónicamente al reconocerla sólo como la ancestral blasfemia.

La adopción de la blasfemia como libertad de expresión por parte de la ilustración, inyectaría a la modernidad que le sucedió, el germen de su destrucción: una ideología fundada sobre el principio mismo de la negación de lo establecido, que patrocina un nuevo campeonato para ser vencida; se ha construido una “religión de la libertad” como la denominó Benedetto Croce. Es gracias a ella que se desarrollan las contradicciones que nos resultan más evidentes en nuestros días, la libertad de expresión es la garantía para el cumplimiento de una promesa de gloriosa victoria para el progreso, objetivo último de la cultura occidental sólo realizable por medio de la reproducción del capital; así el carácter negativo y contradictorio de la blasfemia se castra y se le asigna un destino, forjándose un nuevo totalitarismo profundamente más complejo que el primitivo orden social dictado por los dioses del mundo antiguo, ahora es el reino del capital y la competencia.

Pero los individuos, tan determinados por la competencia como fueron criados, deben vencer en el campeonato por la libertad, desafiando sus objetivos, negándolos y extendiendo su dimensión conceptual haciendo renacer la blasfemia en su expresión más cruda, vulgar, escandalosa y fanática contra la misma libertad de expresión.

Es en este manojo de contradicciones que florecen formas de expresión de ideas como la sátira de Charlie Hebdo, tan ofensiva, disruptiva y obscena, está más cercana a la blasfemia contra nuestro propio orden que al ejercicio responsable de la libertad de expresión cuyo objetivo último es el progreso. Sus expresiones son repulsivas para la mente literalista, sobreviviente de las teocracias del mundo antiguo y que está acomodada felizmente en el nuevo régimen del universalismo occidental, pero no sólo, la blasfemia de Charlie Hebdo ha unido en su contra, en algún grado, a prácticamente todo el espectro político y filosófico de nuestro entorno, y es aquí donde se revela la identidad entre las facciones del modernismo, aquellas que reivindican el ideal burgués y las que en apariencia lo critican pero buscan lograr su realización por nuevas vías. Esto ocurre desde el liberalismo que no ubica a la sátira como el ejercicio de un derecho que tiene por objeto último el progreso, hasta la contramodernidad reaccionaria, ahogada en el odio a sí misma al asumir un carácter irremediablemente occidentalizado, burgués, nihilista, cuyas proclamas sólo surten efectos en contra del bienestar de los individuos: censura, criminalización de opiniones, movimientos anti-ciencia o anti-vacunas, entre otros. De un lado del mundo al otro, todos ellos afirman categóricamente que “eso no está contemplado por la libertad de expresión” o “eso es blasfemia”, y de algún paradójico modo están accidentalmente en lo cierto.

El lugar de confluencia de la reacción occidental y el totalitarismo teocrático

Hemos tenido noticias de las masivas protestas de musulmanes en Chechenia, Afganistán, Argelia, Irán, Mali, Nigeria, Pakistán y Filipinas, todas ellas por los contenidos de una publicación francesa, con limitada circulación y pequeño tiraje, de cuya existencia es muy improbable que tuviesen conocimiento antes del infame ataque armado a las oficinas de su redacción. El mensaje es claro: demandan que se detenga lo que ellos consideran ofensas a su profeta y a sus creencias religiosas, reclaman acciones del gobierno francés para impedir la distribución de la revista y, al menos en Pakistán, exigen la expulsión de la embajadora francesa. En el caso de Nigeria, las protestas han volcado su ira contra sus propios hermanos católicos, han incendiado sus templos y quemado vivos a una decena de ellos dentro.

En esas concurridas protestas no han sido expresadas quejas contra el imperialismo occidental, ni las intervenciones militares de la OTAN en medio oriente, ni las masacres de Israel en Gaza, ni la discriminación de sus connacionales migrantes en Europa. Las movilizaciones han sido, hasta ahora, por motivos estrictamente religiosos, demandan a Occidente la claudicación en la defensa de los valores de su civilización para adoptar las normas que prohíben y penalizan la blasfemia en contra de sus sistemas creencias religiosas que han sido completamente ignoradas en el derecho ilustrado. A su modo, las protestas en esos países expresan exactamente los mismos reclamos que los vociferados a gritos por los hermanos Saïd y Chérif Kouachi mientras disparaban contra los caricaturistas de Charlie Hebdo. De manera más sonriente pero no menos amenazadora, fue hecho un llamado a la ONU por parte del influyente predicador musulmán Yusuf al-Qaradawi de la Unión Internacional de Eruditos Musulmanes con sede en Qatar para que los países occidentales hagan leyes que ilegalicen el “desprecio” a las religiones, a los profetas y a los sitios sagrados.

Por su parte, el otrora orgulloso y arrogante Occidente ha delegado la defensa de sus valores fundamentales en sus extremistas liberales, a quienes impúdicamente traicionan y acusan de intolerancia religiosa y racismo en el colmo de la degradación ideológica, anticipando así el advenimiento de nuevas formas de despotismo que, como el fascismo en el siglo XX, contengan dentro del redil del capitalismo a la historia y no la dejen salir de ahí. La reacción occidental parece haber encontrado una herramienta para servir a esta traición: la “islamofobia”, una palabra creada por fascistas y usada por cobardes para manipular idiotas, sentencia atribuida popularmente a Christopher Hitchens aunque la autoría quizás debería reconocerse a Andrew Cummins.

La capitulación de Occidente en la defensa de sus valores fundamentales frente a la barbarie de las teocracias islámicas se realiza con gusto en favor del despotismo como una regresión contra la libertad, movimiento necesario ahora para reafirmar por medio de la intimidación el objetivo único y último de ella, el progreso. Se trata de la modernidad contra sí misma, es la contramodernidad reaccionaria.

La transformación del ejercicio de la libertad de expresión a su forma original de blasfemia es interrumpida por el ataque difamatorio de merolicos de todo el espectro ideológico occidental contra comediantes como Bill Maher o el propio Charlie Hebdo, contra científicos como Sam Harris o Richard Dawkins, e incluso contra disidentes víctimas de persecución religiosa como Ayaan Hirsi Ali, Maajid Nawaz o Salman Rushdie.

La acusación de “islamofobia”, que no significa nada y al mismo tiempo puede significar cualquier cosa, apunta a la descalificación a priori de una opinión, la arrincona en el campo del miedo y el odio irracional; pero su belleza destructiva no sólo radica en ser arma de intimidación contra quien emite la opinión, sino que resulta ser un eficiente instrumento de adoctrinamiento para todos los demás individuos a efecto de rechazar ideas sin haberlas examinado.

La palabra “islamofobia” es usada a manera de comodín para llenar los espacios en blanco de un discurso que asume válida y respetable la ideología religiosa, que borra tramposamente la diferencia entre los conceptos de “islam”, “musulmán” e incluso “árabe”. Quizás el caso reciente más distintivo de esto fue el manoteo histérico del actor Ben Affleck en el estudio del programa de televisión Real Time, de la televisora HBO, contra Bill Maher y Sam Harris en octubre de 2014, seguido por la cascada difamatoria de Glenn Greenwald y Reza Aslan que fue propagada con singular entusiasmo entre las columnas de opinión de los más grandes medios de paga de habla inglesa y sitios en Internet de liberales y socialistas anglosajones. La blasfemia consistió en que Harris se atrevió a pronunciar durante el programa que “el islam es una veta madre de malas ideas”, como parte de una disertación especulativa sobre el grado de separación entre la doctrina religiosa y los actos de violencia, disertación que Harris no pudo siquiera comenzar a expresar por las interrupciones a punta de aspavientos y bufos de Affleck. La blasfemia de Harris frente al Islam se categorizó como “racismo” en un escenario televisivo donde paradójicamente se le acusó de “intolerancia” al tiempo que no se le permitía pronunciar palabra para explicar sus ideas.

No menos repugnante fue la cacería en abril del 2014 contra Ayaan Hirsi Ali, mujer somalí víctima de ablación a los cinco años de edad en manos de su abuela, criada posteriormente bajo el fundamentalismo islámico en Kenia, su vida adulta ha transcurrido como asilada política en Holanda y actualmente vive escondida por las amenazas contra su vida por sus opiniones contra el islam. Probablemente el discurso mejor formado y honesto en su contra fue el expresado por Aziz Poonawalla, quien sin ningún tapujo la acusó de ser una mujer resentida que odia al islam y a todos los musulmanes porque le cortaron el clítoris cuando era niña; las infames palabras se escribieron en el contexto de una gran movilización en medios liberales y ateos para presionar a la Universidad de Yale con el fin de que le fuera retirada una invitación para dar una conferencia bajo el argumento de que ella “no representa la totalidad de la experiencia de los ex-musulmanes”. Por supuesto, ni Ayaan ni Yale habían pronunciado semejante extremo, y los opositores jamás aclararon quién, a su torcido juicio, sí podría portar ese título imposible. No sobra decir que estas protestas fueron apoyadas activamente por la mafia del Council on American-Islamic Relations (CAIR).

La acusación religiosa por blasfemia en contra de Ayaan fue traducida ante el público occidental como “islamofobia” e “intolerancia religiosa”, ninguno de los extensos argumentos de Ayaan contra el islam se debatieron, no fueron leídos ni discutidos sus libros sobre la emancipación de las mujeres musulmanas ni su autobiografía, sólo un par de frases pronunciadas en conferencias expuestas en el portal YouTube fueron usadas fuera de contexto como evidencia de “su fobia y odio” para justificar la demanda de excluirla de las salas de conferencias de Yale.

En el caso de Charlie Hebdo el patrón es el mismo. La difamación y deliberada tergiversación de sus mensajes se convierten en evidencia del porqué sus expresiones escapan al objetivo último de la libertad de expresión (el progreso), y también son empleadas para equiparar el crimen de blasfemia en la esfera religiosa con los conceptos de racismo e intolerancia religiosa en el campo Occidental. Fue Seth Ackerman quien explicó el verdadero significado y contexto de algunos de los cartones más difundidos y que fueron usados para apoyar las acusaciones de racismo e intolerancia contra la revista, por ejemplo: un dibujo representando al Ministro de Justicia francés, de raza negra, como un mono fue de hecho un ataque explícito al Frente Nacional que originalmente había hecho esa comparación; otro dibujo representando a esclavas sexuales embarazadas de Boko Haram gritando “fuera manos de nuestra pensión de ayuda” era en realidad una sátira de las protestas de la derecha católica contra la propuesta de recortes a los subsidios para manutención de niños en familias de ingresos altos.

Cada cartón ha sido maliciosamente descontextualizado e interpretado literalmente en contra de su naturaleza satírica para deformarlo y dar oportunidad para acusar a los dibujantes de racismo e islamofobia. El extremo de esta campaña fue la difusión de un rumor sobre un conflicto entre el editor Philippe Val y el caricaturista Maurice Sinet en 2009. En aquél tiempo Sinet dibujó un cartón que sí fue publicado sobre el hijo del entonces presidente francés Sarkozy quien se había comprometido con una mujer judía heredera de alguna fortuna, sugiriendo que la conversión al judaísmo sirve para escalar peldaños en sociedad; se hizo una polémica en diversos medios en la cual Sinet no pudo justificar la ridiculización pública de la conversión de fe de una persona en un contexto que no era del escrutinio público, por lo que Val le pidió que redactara una disculpa, a lo cual el caricaturista respondió “primero me corto las bolas”, posteriormente renunció y fundó otra revista que se convirtió en competencia de Charlie Hebdo. El evento fue deformado ahora para inventar un “despido” que tendría por objetivo impedir las críticas a los judíos, lo cual demostraría que la revista es “islamofóbica”, no por lo que dice contra el islam o los musulmanes, sino porque no hace lo mismo contra el judaísmo y los judíos.

En medio de esta tempestad de difamaciones y tergiversaciones no es de extrañarse que se unieran al “Yo no soy Charlie” del derechista Jean-Marie Le Pen, una nutrida selección de mediocres intelectuales de izquierda, columnistas ignorantes de medios de paga y una enorme parvada de cuervos mezquinos en redes sociales que urajearon indiscriminadamente acusaciones de racismo basadas en esas mentiras. Sirva de compensación a favor de la memoria de las víctimas, primero del ataque armado, y después de la difamación, decir que el editor Philippe Val es conocido por su apoyo apasionado a la causa de Palestina (la honesta, que combate tanto a los políticos que se sirven de ella, como a quienes la usan de pretexto para incendiar el odio contra los judíos), y que es colaborador del grupo antirracista MRAP.

El repudio de Val al “antisemitismo” y su firma en el manifiesto “Juntos contra el nuevo totalitarismo” en marzo de 2006 (a raíz de la polémica en 2005 por otros cartones que caricaturizaban al profeta Mahoma publicados en un diario de centro-derecha danés), le ganó la enemistad de todos aquellos que identifican la animadversión contra los judíos con la solidaridad para los palestinos; así como el rencor de los que creen que el totalitarismo premoderno del islam es una defensa nacionalista moderna contra el sionismo israelí (anacronismo que requiere, para empezar, que se ignore a los grupos palestinos que no son musulmanes, como los cristianos).

Georges Wolinski (1934-2015)

Georges Wolinski (1934-2015)

Es posible identificar entre las víctimas mortales al caricaturista Georges Wolinski, quien en los años noventa viajó a Chiapas, México, para entrevistarse con el Subcomandante Insurgente Marcos, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN); los llamó “la guerrilla de los 500 años” y su reportaje fue publicado en una edición especial de Charlie Hebdo en marzo de 1996 que llevó por título “Viva Chiapas”. Wolinski participó también en una petición de celebridades del mundo intelectual francés en 2001 dirigida al entonces presidente de México, Vicente Fox, para el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés firmados entre el gobierno mexicano y el EZLN, en el marco de una iniciativa nacional y pacífica de los insurgentes para lograr el reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas.

Son muchas las historias que deberán compartirse sobre la obra de las víctimas del ataque a la redacción de Charlie Hebdo, probablemente sea necesario dejar que primero se agote la campaña de infamia para conocerlas mejor. Pero basten por ahora estos ejemplos para revelar la falsedad de la conflagración ideológica total entre Occidente y el mundo islámico, la asociación les permite combatir al enemigo común: la disidencia. La adopción de la persecución de la blasfemia contra las creencias religiosas, más que compatible, es requerida para la reafirmación del objetivo último de la libertad, que es el progreso sólo realizado por medio de la reproducción del capital. La forma que reviste esa adopción tenía que ser bajo los relativismos del “multiculturalismo” y el “respeto a las creencias religiosas” practicados, como pudimos ver, desde la mentira, la tergiversación y la anulación del libre examen de ideas.

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José Villaseñor Montfort
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Soy Asociado de TI Certificado por The Linux Foundation y Especialista en LegalTech y Transformación Digital por la Universidad Internacional de La Rioja. Tengo experiencia en temas de accesibilidad web, administración de Linux y DevOps.

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