Hoy fue un día soleado
“Hoy fue un día soleado”. Pues no, no dijo tal cosa ni le tocó ocultar lo que ocurrió el 2 de octubre de 1968 en el breve segmento de 15 minutos que tenía por las tardes en esos años.
Creo que eso del día soleado está siendo en realidad un nubarrón que oculta una discusión más importante que deberíamos tener sobre la relación de Jacobo Zabludovsky y los medios de comunicación de paga con el poder.
Lo que ha estado circulando todo el día de hoy, entre las acusaciones falsas por lo del 68 y los frívolos homenajes de toda la clase política (izquierda incluida), impide observar que Zabludovsky fue el arquitecto de una forma de comunicación del poder que evolucionaría la simple lectura de comunicados oficiales frente a un micrófono, a la viva crónica periodística disfrazada de imparcialidad que en realidad toma partido por alguna de una amplia gama de posturas que de un modo u otro otorgan validez a las acciones de los poderosos. Porqué no, el refuerzo de ese halo de credibilidad se fabrica con impactantes y contundentes reportes sobre la corrupción e ineficacia gubernamental en algún nivel inferior o contra algún funcionario o político en desgracia.
Hemos visto en tiempos recientes esa modalidad de ejercicio periodístico al servicio del poder en el caso de Carmen Aristegui, quien después de inquisitivas entrevistas a los mandos policíacos a cargo de la brutal represión en Atenco, utilizó la credibilidad ganada para posicionar como víctima de un complot de censura a su patrón en la cadena televisiva MVS cuando le fue retirada una concesión de frecuencia del espectro electromagnético (que había desaprovechado e intentaba revender violando la ley), cuando en realidad se trataba de una política trasnacional de reacomodo de usos de bandas para favorecer a la tecnología 4G.
Este capital de credibilidad por denuncias escandalosas en un momento dado es usado como moneda de cambio para ungir de verdad o validez, no un dicho propio en el futuro, sino la palabra o acción del político o empresario que pague por obtener esa aureola. El periodismo diseñado por Zabludovsky es un ingenioso mecanismo de capitalización de credibilidad del periodista en una forma de credibilidad del entrevistado, reseñado, o sujeto a quien le aplaude.
La posición privilegiada que Zabludovsky tuvo durante décadas en la pantalla de televisión, le permitió hacer cosas como manifestar, sin consecuencia negativa alguna, su desprecio y racismo contra los pueblos indios de México en los primeros años del alzamiento zapatista, ocultando lo masivo y diverso del movimiento detrás de vulgares acusaciones de delincuencia y descarados llamados criminales a capturar “vivo o muerto” al Subcomandante Insurgente Marcos. Hoy parece ser más claro para la mayoría de los mexicanos que esos aspavientos histéricos transmitidos en cadena nacional eran flagrantes demandas para que se cometieran asesinatos y secuestros, y que eran acordes a la línea de comunicación oficial de la Secretaría de la Defensa Nacional como parte de una estrategia contrainsurgente de difamación y desinformación. Más allá de haber sido dichos apresurados e irresponsables por la rapidez con la que se desarrollaban los sucesos, se trató una constante durante su estancia en televisión, el despiadado desprecio de Zabludovsky a los de abajo fue la mercancía de su perverso negocio de corrupción con la clase política mexicana.
La muerte de Zabludovsky es una gran pérdida para los de arriba por haber sido el creador de una extraordinaria forma de manipulación de la opinión pública y así como quien abrió las puertas de un nuevo mercado de compra-venta y traspaso de credibilidad en el mundo de la política. No es extraño que en los últimos años de su vida se ofertara a sí mismo frente al público como una “voz independiente”, ni mucho menos raro que quien aspiró a comprar esa credibilidad que el periodista fabricó ante las nuevas generaciones de radioescuchas que no conocieron sus treinta años anteriores de trabajo, fue precisamente Andrés Manuel López Obrador.
Si de algo sirve tocar el tema, debería ser para reforzar la crítica y el repudio no sólo a las personalidades como Zabludovsky, ni tampoco conformarnos sólo con la conceptualización realista de los medios de comunicación de paga como empresas o corporaciones capitalistas que procuran la permanencia y protección del gobernante déspota en turno, sino en virtud de la necesidad de información y comunicación, mirar y apoyar el desarrollo de los llamados medios libres, esos que son de abajo.