Demandar justicia
Justicia es, básicamente, dar a cada quién lo que le corresponda. Tratándose del Estado, la justicia se realiza a través de la ley, pero la justicia no está encadenada a ella en una relación de necesidad, ya que le precede, es un principio moral (distinción entre el bien y el mal). La justicia puede obtenerse por distintos medios, quizás algunos de ellos incluso podrían resultar ilícitos cuando la ley es contraria a la justicia o su aplicación la entorpece o niega.
Cuando se demanda justicia ante un suceso maligno, se invoca a todo agente de poder, colectivo e individuo en la sociedad a cumplir lo que es justo en su respectiva responsabilidad o posibilidad.
Si estamos ante lo que presumimos se trata de un multihomicidio ordenado o incitado por un gobernante, la demanda de justicia que llega a recaer sobre el Estado no es nula. No es válido decir que “es como no hacer nada” por varias razones:
Primero, porque se está asumiendo (o al menos así suele manifestarse) que sería como pedirle al asesino que se condene a sí mismo, y eso ignora la realidad de la diversidad de grupos de poder que administran al Estado. El Estado no es nuclear, no es homogéneo, así que con esa presunción ya partimos de un grave error. Por supuesto, esto no significa en sentido opuesto que se hará justicia, sino tan sólo que puede ser accidental o procurada como efecto secundario de la conveniencia o interés de algún grupo de poder.
Segundo, la reivindicación de las obligaciones del Estado respecto a los principios de verdad, justicia y reparación no es vacía ni siquiera para quienes estamos en un camino anticapitalista porque a través de esa reclamación así como con el acreditado y documentado desprecio e incumplimiento sistemático por parte del poder, es precisamente como es revelada la naturaleza inhumana, injusta y destructiva del régimen de explotación y competencia (capitalismo), así como de su forma de organización política (el Estado) y la contradicción sangrienta de sus fundamentos filosóficos (el iluminismo, la razón y la modernidad).
Un viejo amigo, quien fue preso político y rehén de guerra del gobierno mexicano, me enseñó la poderosa estrategia de lucha que es el proceso jurídico para demostrar ante la sociedad que el poder no es capaz de ganar la competencia por el estandarte de la justicia ni siquiera bajo sus propias reglas. La revelación de la verdad no consiste sólo en exhibir el acto maligno, sino en demostrar razonablemente que la organización política que resguarda al régimen de producción está determinada, desde sus pilares fundamentales, a impedir la realización de la justicia.
La demanda de justicia es el primer paso necesario para “hacer algo”, no demandar justicia proactivamente en el entendimiento opuesto, requiere estar comprometido con una serie de graves errores conceptuales sobre qué es la justicia y no creer que la verdad es relevante para el cambio social.