El patriarcado productor de mercancías

El patriarcado productor de mercancías

 


 

EL PATRIARCADO PRODUCTOR DE MERCANCÍAS

TESIS SOBRE CAPITALISMO Y RELACIONES DE GÉNERO

Roswitha Scholz

 

En los años 90, tras el colapso del bloque soviético, las corrientes culturalistas y diferencialistas alcanzaron gran notoriedad en los estudios feministas, que terminarían mutando en estudios de género. Las concepciones marxo-feministas, que habían sido determinantes en la discusión hasta finales de los 80, quedaron en un segundo plano. Entretanto, a causa de la creciente deslegitimación del Neoliberalismo en una crisis cada vez más aguda (precariado, desclasamiento, Hartz IV en la República Federal Alemana, etc. ¡las españolas y los españoles podrían decir mucho respecto a todo esto!), los diferentes marxismos vuelven a cobrar fuerza.

A la ideología que dominó desde mitad de los años 80 hasta los años 90, que sostenía que nos encontrábamos ante una “confusión de los sexos”, le ha seguido un desengaño. Resulta patente que no se ha avanzado tanto en la tan ensalzada igualación de los sexos y que el “juego deconstructivista con los signos” no ha aportado gran cosa.

El “redescubrimiento” de la teoría marxista, por un lado, y la comprensión de que el feminismo no se ha vuelto de ninguna manera anacrónico y superfluo, aunque ya no pueda continuarse en la senda de las variantes de las últimas décadas, exigen ahora, desde mi punto de vista, un nuevo marco teórico marxo-feminista que permita dar cuenta de la evolución actual después del final del “socialismo real” y del avance de la crisis mundial del capitalismo. Pues resulta evidente que en el siglo XXI no es posible enlazar sin solución de continuidad con las concepciones marxistas tradicionales. Sin desarrollo crítico tampoco es posible una conexión directa con aquellas teorías en las que yo misma me voy a apoyar en parte en lo que sigue, como por ejemplo la Teoría Crítica de Adorno, aunque en esas investigaciones, según mi parecer, se ofrezcan importantes aportaciones para una teoría del presente que plantee una crítica del patriarcado. Así pues, hay que modificar también algunos planteamientos que se han apoyado en Adorno y en la Teoría Crítica en general en el debate feminista de los últimos 20 años. Sin embargo, esto es algo que no podré abordar aquí de manera detallada (1).

En lugar de eso, desearía presentar algunos aspectos de la teoría de las relaciones de género que defiendo, de la teoría de la escisión del valor, que he elaborado a partir de la confrontación con las mencionadas concepciones teóricas. Las relaciones de género asimétricas actuales, tal como mostraré, ya no pueden ser analizadas en el sentido de las relaciones de género “clásicas” propias de la modernidad; sin embargo, resulta imprescindible alcanzar una comprensión clara de los orígenes de la historia de modernización. El punto de referencia teórico es, además de la mencionada Teoría Crítica de Adorno, una nueva teoría crítico-fundamental del “valor” y del “trabajo abstracto” como desarrollo de la Crítica de la Economía Política de Marx, cuyos representantes más prominentes en las últimas décadas han sido Robert Kurz y, en parte, Moishe Postone (2). Pretendo dar un giro feminista a sus planteamientos. En ese contexto abordo también ciertas tendencias de la individualización posmodernas.

1. De acuerdo con la comprensión de la crítica del valor, lo que está en el punto de mira de la crítica no es la llamada plusvalía como un fenómeno aislado, es decir, la explotación del trabajo determinada desde fuera por el capital, considerado éste como relaciones jurídicas de propiedad, sino la forma del valor misma, es decir, el carácter social del sistema productor de mercancías y, con ello, la forma de actividad del trabajo abstracto. Según esto, el “trabajo” sólo surge en el capitalismo, vinculado a la universalización de la producción de mercancías, y no debe ser ontologizado. En cuanto mercancías, los productos representan el “trabajo abstracto pasado” y, por lo tanto, el “valor”, es decir, representan una determinada cantidad (reconocida en el mercado como la socialmente válida) de energía humana gastada. Y esa “representación” se expresa a su vez en el dinero en cuanto mediador universal y, al mismo tiempo, fin en sí mismo en la forma del capital.

De ese modo las personas aparecen desprovistas de su carácter social y la sociedad como constituida por cosas mediadas a través de la cantidad abstracta de valor. El resultado es la alienación de los miembros de la sociedad, pues su propia socialidad se constituye a través de sus productos, esto es, a través de cosas muertas, desvinculadas en la forma de representación social de cualquier contenido concreto y sensorial. A esta problemática se refiere el concepto de fetichismo.

En las sociedades premodernas, por el contrario, se producía bajo otras relaciones de dominación (personales en vez de cosificadas por la forma de la mercancía) y principalmente para el uso, y ciertamente esto era así tanto en el ámbito agrario como en el de la artesanía, que contaba con leyes gremiales especiales que excluían una pretensión abstracta de obtener ganancia. El intercambio de mercancías premoderno, muy limitado, no se producía a través del mercado en sentido moderno, marcado por relaciones de competencia. En esa época no puede hablarse de una “totalidad” social como hoy, en la que el dinero y el valor se han convertido en el abstracto fin en sí mismo de la revalorización del capital. En la modernidad de lo que se trata es de hacer más dinero a partir del dinero y, por tanto, de generar “plusvalía”; pero no como mera meta subjetiva de enriquecimiento, sino como referencia sistémica del valor a sí mismo de carácter tautológico. Marx habla en este sentido del “sujeto automático”. Las necesidades humanas pasan a ser secundarias y la misma fuerza de trabajo se convierte en mercancía; es decir, la capacidad humana de producción se vuelve una capacidad heterodeterminada, aunque no en el sentido de una dominación personal, sino en el sentido de unos mecanismos anónimos ciegos. Sólo por esta razón las actividades productivas se ven forzadas a adoptar la forma de trabajo abstracto. Finalmente, con el despliegue del capitalismo, la totalidad de la vida a lo largo y ancho del planeta se ve configurada por el automovimiento del dinero, y en conexión con esto el trabajo abstracto, que surge solo con el capitalismo, aparece como si fuera algo ahistórico, como un principio ontológico.

Frente a ese nexo sistémico, el marxismo tradicional sólo problematizó la apropiación jurídica de la plusvalía por la “clase de los capitalistas”. La crítica del capitalismo y las concepciones de una sociedad postcapitalista se limitaban, por tanto, a la meta de un “reparto justo” dentro de un sistema productor de mercancías y de sus formas no superadas.

Hoy ese planteamiento se revela inapropiado para una renovación de la crítica del capitalismo, porque había hecho suyos todos los principios fundamentales de socialización capitalista, especialmente las categorías del valor y del trabajo abstracto. Esas categorías fueron malinterpretadas como condiciones suprahistóricas de la humanidad. Así pues, desde la perspectiva de una crítica radical del valor, también el socialismo “real” del pasado es contemplado como un sistema productor de mercancías propio de un proceso de “modernización rezagada” en el Este y el Sur por medio de burocracias estatales; sistema que, a través de la mediación de los procesos de los mercados globales y de la competición con Occidente por desarrollar las fuerzas productivas en el nivel postfordista del desarrollo capitalista, no tuvo más remedio que colapsar (3). Desde entonces, como consecuencia de la crisis y de la globalización, se desmantelan las reformas sociales.

2. Desde mi punto de vista, con el valor o el trabajo abstracto no queda suficientemente especificada la forma fundamental del capitalismo en cuanto relación fetichista. También habría que dar cuenta del hecho de que en el capitalismo se producen actividades reproductivas que realizan sobre todo las mujeres. De acuerdo con esto, la escisión del valor remite a que las actividades reproductivas identificadas sustancialmente como femeninas, así como los sentimientos, los atributos y actitudes asociadas con ellas (emocionalidad, sensualidad, cuidado etc.), están escindidos precisamente del valor/trabajo abstracto. Así pues, el contexto de vida femenino, las actividades reproductivas femeninas tienen en el capitalismo un carácter diferente al del trabajo abstracto; por tanto no se las puede subsumir sin más bajo el concepto de trabajo. Se trata de un aspecto de la sociedad capitalista que no puede ser captado a través del instrumentario conceptual marxiano. Ese aspecto se establece junto con el valor, pertenece a él necesariamente; pero, por otro lado, se encuentra fuera de él y, por ello, es también su condición previa. En ese contexto me sirvo de una idea de Frigga Haug, que afirma que en la modernidad existe, por un lado, una “lógica de ahorro del tiempo” que pertenece principalmente a la esfera de la producción, a la “lógica del desgaste de la economía empresarial” (Robert Kurz), y, por otro, una “lógica del gasto del tiempo”, que se corresponde con el ámbito de la reproducción, aunque por lo demás Haug está más bien vinculada a planteamientos veteromarxistas (4).

Valor y escisión se encuentran en una relación dialéctica entre ambos. No puede derivarse uno de otro, sino que ambos momentos se presuponen mutuamente.

Por tanto, la escisión del valor puede ser concebida como una lógica superior, que va más allá de las categorías propias de la forma de la mercancía. En este sentido ha de alcanzarse una comprensión de la socialización (fetichista), y justamente no sólo a través del “valor”.
Sin embargo, es preciso subrayar que la sensualidad en el ámbito de la reproducción aparentemente dada de forma inmediata , el consumo y las actividades que le rodean, así como las necesidades que se satisfacen en estas esferas, se han constituido históricamente, incluso desde el trasfondo de la disociación del valor como proceso global. No deben ser malinterpretadas como esferas naturales y carentes de mediaciones, aunque el comer, el beber, el amar, etc. no se disuelvan en simbolizaciones, tal como afirman los constructivistas vulgares.

Sin embargo, hay otro sentido en el que no basta con quedarse en las categorías de la Crítica de la Economía Política. La escisión del valor implica una relación específica de carácter psicosocial. Determinadas propiedades consideradas de menor valor (la sensualidad, la emocionalidad, la debilidad de carácter y de entendimiento, etc.) se atribuyen a la mujer y quedan así disociadas del sujeto modernomasculino. Este tipo de atribuciones específicas de género caracterizan de manera esencial el orden simbólico del patriarcado productor de mercancías. De ahí que, a la hora de analizar las relaciones de género capitalistas, haya que tener en cuenta, además del factor de la reproducción material, tanto la dimensión psicosocial como la dimensión cultural y simbólica. Porque en estos planos de la existencia la escisión del valor se revela un principio formal del patriarcado productor de mercancías.

3. En mi opinión, el análisis teórico de la relación asimétrica de los sexos ha de limitarse a la modernidad y la postmodernidad. Esto no quiere decir que esa relación no posea una historia premoderna; sin embargo, con la universalidad de la forma de la mercancía alcanzó una cualidad completamente nueva. Las mujeres han de responsabilizarse ante todo del ámbito de la reproducción, menos valorado socialmente y no representable en dinero, mientras que los hombres se ocupan de la esfera de la producción capitalista y del ámbito público. Con ello se rebaten las concepciones que ven las relaciones de género en el capitalismo como un “residuo” precapitalista. Así, por ejemplo, la familia nuclear tal como la conocemos no aparece hasta el siglo XVIII, del mismo modo que la constitución de dos esferas pública y privada como las conocemos hoy sólo surge con la modernidad. Con ello quiero decir que en esa época no sólo comienza su curso la producción capitalista de mercancías, sino que más bien se puso en marcha una dinámica social que tiene la relación de escisión del valor como principio fundamental.

4. Así, de nuevo con F. Haug, parto de que el patriarcado productor de mercancías debe ser concebido como un modelo civilizatorio, pero modifico sus consideraciones siguiendo la teoría de la escisión del valor (5). Como es sabido, el orden simbólico del patriarcado productor de mercancías se caracteriza por los siguientes presupuestos: la política y la economía son atribuidos al varón; se asume que la sexualidad masculina es algo propio de un sujeto activo, es agresiva, violenta, etc. Las mujeres, por el contrario, funcionan como puros cuerpos. “El varón” es visto así como hombre/espiritual/vencedor del cuerpo; la mujer, por el contrario, como no-hombre, como cuerpo. La guerra tiene connotación masculina, por el contrario las mujeres son consideradas como pacíficas, pasivas, indecisas, estúpidas. Los varones han de aspirar a la gloria, a la valentía, a las obras inmortales. A las mujeres está confiado el cuidado de los individuos y de la humanidad. Al mismo tiempo, sus actos son minusvalorados y dejados de lado en la formación de la teoría, mientras en la sexualización de la mujer está incluida su subordinación al hombre e inscrita su marginación social. El varón se concibe como un héroe y como alguien trabajador. De esta forma la naturaleza ha de ser sometida y dominada de manera productiva. El varón siempre se encuentra compitiendo con otros.

Esta concepción también determina las imágenes sobre el orden de las sociedades modernas en su conjunto. Más todavía: la capacidad de rendimiento y la disposición hacia él, el gasto racional, económico y efectivo del tiempo, determinan el modelo civilizatorio, también en sus estructuras objetivas como entramado global, en sus mecanismos y en su historia, así como las máximas de acción de los individuos. Por tanto, podría hablarse de manera algo exagerada del género masculino como del “género del capitalismo”; y, desde este trasfondo, cabría decir que una comprensión dualista de masculinidad y feminidad es la concepción dominante del género en la modernidad. El modelo civilizatorio productor de mercancías tiene su condición de posibilidad en la opresión de las mujeres, en su marginalización, así como en una postergación de lo social y de la naturaleza. Por eso las dicotomías sujeto-objeto, espíritu-naturaleza, dominación-sometimiento, varón-mujer, etc., son dicotomías típicas y oposiciones antagónicas del patriarcado productor de mercancías (6).

Sin embargo, en este contexto es necesario evitar algunos malentendidos. En este sentido, la escisión del valor debe ser entendida como un meta-nivel, dado que se trata de una teoría que se mueve en un plano de abstracción muy elevado. Para los individuos empíricos esto significa que no pueden sustraerse a los patrones socioculturales de la cultura ni tampoco se agotan en ellos. Por otra parte, las representaciones de género están sometidas al cambio histórico, como veremos a continuación. De ahí que haya que alertar frente a una interpretación simplificadora de la teoría de la escisión del valor, ya sea según el modelo de la “nueva feminidad”, que conocemos a partir del feminismo de la diferencia de los años 80, ya sea en el sentido de un nuevo “principio Eva”, como se propaga en los últimos tiempos desde posiciones conservadoras (7).

En todo esto no hay que perder de vista que el trabajo abstracto y el trabajo doméstico, así como los correspondientes patrones culturales de masculinidad y feminidad se condicionan mutuamente. Carece de sentido preguntar aquí qué fue primero, si el huevo o la gallina. Las deconstructivistas recurren a un planteamiento no dialéctico de este tipo cuando insisten en que masculinidad y feminidad debieron ser generadas “ante todo” culturalmente, “antes” de que se produjera un reparto de las actividades por sexos (8); pero también lo hace F. Haug cuando presupone frente a esto, de manera ontologizadora, que a lo largo de la historia (de la humanidad) las significaciones culturales se fueron fijando sobre la base de una previa división del trabajo por sexos, que en el fondo es pensada como “base” (9).

5. Desde el punto de vista de la teoría de la escisión del valor tampoco se puede asumir el primado del plano material de la división del trabajo por géneros/sexos, como hace el esquema tradicional de base-superestructura. Más bien hay que colocar los factores materiales, simbólico-culturales y psicosociales en el mismo nivel de relevancia. La dimensión simbólico-cultural, esto es, cómo se forman las representaciones colectivas sobre qué son los hombres y las mujeres, se puede desentrañar, por ejemplo, por medio de los análisis del discurso siguiendo a Foucault (10). El lado psicosocial del ser varón, del ser mujer y de la constitución patriarcal-capitalista de los individuos puede ser captada con un instrumentario psicoanalítico. De esta manera se hace visible que en el niño varón, que más tarde será dominante, ha de producirse una desidentificación con la madre y de esta manera una escisión/represión de lo femenino para poder formar una identidad masculina. Por el contrario, la chica debe identificarse con la madre para adquirir una identidad femenina y estar dispuesta a asumir una posición subordinada no sólo en el ámbito doméstico. Esto tiene validez al menos para la modernidad clásica. Lo que habría que investigar es lo que pasa cuando la familia nuclear se disuelve (11).

En esta confrontación se trata, sobre todo, de mostrar tanto las limitaciones de determinadas concepciones (por ejemplo la imagen behaviorista del ser humano, el positivismo, la ontología del poder de Foucault), como al mismo tiempo entender su razón de ser en una sociedad cosificada, dispar y fragmentada. Por tanto, la integración de las diversas concepciones en un planteamiento de crítica de la escisión del valor no puede proceder por deducción lógica. Precisamente en la postmodernidad tienen que cuestionarse con Adorno las unificaciones teóricas coactivas. Más bien se trata de “sintetizar sin sistematizar de manera unidimensional”, y ciertamente sin nivelar las premisas epistemológicas, como dice acertadamente la discípula de Adorno Regina Becker-Schmidt aunque por otro lado su planteamiento se diferencie de la teoría de la escisión del valor (12).

6. Tal como se ha mostrado, en el patriarcado productor de mercancías moderno se constituye un ámbito público que abarca diferentes esferas (economía, política, ciencia, etc.) y un ámbito privado, y las mujeres son asignadas fundamentalmente al ámbito privado. Los diferentes ámbitos son, por un lado, relativamente autónomos, pero, por otro lado, se condicionan mutuamente; se encuentran en una relación dialéctica entre sí. Lo decisivo aquí es que la esfera privada no puede ser concebida como algo que se deriva del “valor”, sino que es un ámbito escindido. Es necesaria una esfera a la que desplazar actividades como la protección, el cuidado, el “amor”, que se contrapone a la lógica del valor, a la lógica de ahorro del tiempo, con su moral de competitividad, beneficio, rendimiento, etc. Desde esa relación entre la esfera privada y el ámbito público se explica también la existencia de alianzas masculinas que se basan en la aversión hacia lo “femenino”. Así, todo el Estado y la política están constituidos desde el siglo XVIII sobre los principios de libertad, igualdad y fraternidad como alianzas masculinas.

Con ello no pretendo decir que el patriarcado “queda fijado” en unas esferas disociadas de esta forma. Las mujeres, por ejemplo, actuaron en ámbitos laborales desde el principio. Sin embargo, también aquí se pone de manifiesto la escisión: las mujeres ocupan posiciones menos valoradas en la esfera pública, ganan menos que los varones y, a pesar de Angela Merkel & Co., para ellas el camino hacia las posiciones dirigentes no está sin más despejado. Todo esto apunta a la escisión del valor como principio formal universal de la sociedad (no divisible mecánicamente en esferas) en un nivel de abstracción más elevado. Esto significa que el efecto de la escisión del valor pasa a través de todos los niveles y ámbitos y, por tanto, también a través de los diferentes ámbitos de la esfera pública.

7. De esta manera, desde la perspectiva de la teoría de la escisión del valor, resulta inaceptable el procedimiento que sigue la lógica de la identidad, que disuelve todo en el concepto, en la estructura, y subsume lo no unívoco, y lo hace tanto en lo que respecta a la traslación de mecanismos, estructuras y rasgos del patriarcado productor de mercancías a sociedades no productoras de mercancías, como en lo que afecta a una unificación de los diferentes niveles, esferas y ámbitos dentro del mismo patriarcado productor de mercancías, ignorando las diferencias cualitativas. Frente a esto hay que partir de la relación de escisión del valor en cuanto estructura básica de la sociedad, que se corresponde con el pensamiento androcéntrico-universalista de la lógica de la identidad, y no partir simplemente del valor. Pues lo decisivo no es meramente que sea un tercero común prescindiendo de las diferentes cualidades , el tiempo de trabajo medio, el tiempo abstracto, lo que en cierto modo está tras la forma de equivalencia del dinero; más bien es necesario además que el valor, por su parte, considere que el trabajo doméstico y todo lo que se refiere al mundo de la vida, a lo sensual, lo emocional, lo no conceptual o lo no unívoco tiene menos valor y lo excluya.

No obstante, la escisión no coincide completamente con lo no-idéntico en Adorno; representa más bien el reverso oscuro del valor mismo. De este modo, la escisión es la condición de posibilidad de que lo contingente, lo no-habitual, lo noanalítico y lo que no es comprobable con medios científicos no sea tomado en consideración suficientemente en los ámbitos de la ciencia, la política y la economía dominados por los varones, de modo que lo que lleva la voz cantante es el pensamiento clasificador que no puede captar la cualidad singular, la cosa misma, y no es capaz de percibir y preservar las diferencias, rupturas, ambivalencias, discronicidades, etc. que las acompañan.

Sin embargo, esto también significa, por su parte, que en la “sociedad completamente socializada” del capitalismo por usar aquí una formulación de Adorno los mencionados niveles y ámbitos no se relacionan entre sí como niveles y ámbitos “reales” en un sentido puramente irreductible, sino que en la misma medida deben ser considerados en su vinculación objetiva “interna”, como corresponde al plano basal de la escisión del valor en cuanto principio formal de la totalidad social, que constituye la sociedad en cuanto tal, tanto en el plano esencial como en el plano fenoménico. Al mismo tiempo la teoría de la escisión del valor es consciente siempre de sus limitaciones como teoría .

8. El cuestionamiento que la teoría de la escisión del valor hace de sí misma llega hasta el punto de poner coto a su absolutización como principio formal de la sociedad. Aquello que se corresponde con su concepto no puede ser elevado a “contradicción principal”. Pues según mi exposición hasta aquí, la teoría de la escisión del valor, del mismo modo que la teoría del valor, no puede postularse como “mono-lógica”. Sólo se mantiene fiel a sí misma en su crítica de la lógica de la identidad, y no puede sostenerse más que relativizándose y, allí donde es necesario, incluso desmintiéndose. Y eso quiere decir también que la teoría de la escisión del valor ha de hacer sitio a otras formas de discriminación social (disparidades económicas, ser víctima de racismo y antisemitismo) y tratarlas en igualdad de condiciones a nivel teórico. No puedo desarrollar aquí esta idea, que en algún sentido quizás pueda parecer algo críptica (13), y he de limitar mi exposición a la relación de género moderna en sentido estricto.

9. Según las premisas epistemológicas de la crítica de la escisión del valor no puede adoptarse ninguna forma de consideración lineal cuando se trata de analizar la evolución patriarcal bajo la forma de la mercancía en las diferentes regiones del mundo. Esa evolución no se ha producido en todas las sociedades del mismo modo, y ha permitido incluso la existencia de sociedades (antaño) simétricas desde el punto de vista de los sexos que hasta el día de hoy no han asumido las relaciones de género modernas o no lo han hecho completamente (14); pero también habría que dar cuenta de relaciones patriarcales “tejidas de otra manera”, que en el curso del desarrollo del mercado global se han solapado con las del patriarcado cosificado moderno-occidental, sin haber perdido completamente su especificidad.

En este contexto hay que tener en cuenta que las relaciones de género y las concepciones de masculinidad y feminidad tampoco se representan de la misma manera en la historia occidental moderna. Se impone constatar que tanto el concepto moderno de trabajo como también el dualismo de género son productos de la evolución específica hacia el capitalismo y que ambos van de la mano. El “sistema de sexualidad dual” moderno (Carol Hagemann-White) no se formó hasta el siglo XVIII, y sólo entonces se llegó a una “polarización de los caracteres de género” (Karin Hausen); hasta ese momento las mujeres eran consideradas más bien una variante más del ser varón. Por esta razón, en la ciencias sociales e históricas de los últimos quince años se parte de la institución de un “modelo mono-género” en las sociedades pre-burguesas. Por ejemplo, la vagina se percibía como un pene vuelto hacia adentro (15). Aunque también entonces las mujeres eran consideradas inferiores, hasta que no se formó una esfera pública moderna a gran escala, tuvieron muchas posibilidades de tener influjo a través de vías informales. En sociedades premodernas o de la modernidad temprana el varón ocupaba más bien una posición de privilegio simbólica. A las mujeres aún no se las definía exclusivamente como amas de casa o madres, como sí ocurriría a partir del siglo XVIII. En las sociedades agrarias la contribución femenina a la reproducción material se consideraba tan importante como la del varón (16). Si bien las relaciones de género modernas, con las correspondientes atribuciones de género polarizadas, estuvieron limitadas inicialmente a la burguesía, con la generalización de la familia nuclear se fueron extendiendo poco a poco a todas las capas y clases con el último impulso de desarrollo fordista en los años 50.

10. Por tanto, la escisión del valor no es una estructura rígida al estilo de las de algunos modelos estructurales en sociología, sino un proceso. De ahí que no pueda ser concebida de manera estática y como si fuera siempre igual. En la postmodernidad presenta a su vez un nuevo rostro. Se da por hecho que las mujeres están “doblemente socializadas” (Regina Becker-Schmidt), es decir, son responsables al mismo tiempo de la familia y la profesión, incluso en los cambios biográficos. Pero lo nuevo no es el hecho en sí una buena parte de las mujeres siempre ejerció de alguna manera una profesión , sino que ha llegado a ser consciente en el curso de las transformaciones de las últimas décadas y de las contradicciones estructurales que las acompañan.

Como se ha señalado, en este terreno es preciso partir de una dialéctica entre individuo y sociedad: por un lado, los individuos no se agotan nunca en las estructuras objetivas y en los modelos culturales, sin embargo, por otro lado, sería erróneo asumir que esas estructuras y modelos se les imponen de manera puramente exterior; de modo que las contradicciones de la “doble socialización” solo resultan visibles con la diferenciación del rol de la mujer, resultante de las tendencias individualizadoras de la postmodernidad. Los análisis actuales del discurso fílmico, publicitario, literario, etc. ponen de manifiesto que desde hace ya tiempo las mujeres no son percibidas primariamente como amas de casa y madres.

Por ello no sólo resulta inútil la asunción del deber de deconstruir el dualismo de género moderno por parte de los movimientos Queer, cuya teórica de referencia clásica es Judith Butler, sino también muy cuestionable. Estos movimientos consideran que la subversión interna del dualismo de género burgués a través de prácticas paródicas repetitivas, como se pueden encontrar en las subculturas gay y lésbica, ofrece una posibilidad de desacreditar radicalmente la identidad sexual moderna (17). Sin embargo el problema es que aquí la caricaturización desacredita algo que en sentido capitalista ya se ha vuelto obsoleto. Hace ya tiempo que se han producido “deconstrucciones reales”, observables por ejemplo en la “doble socialización” de las mujeres, pero también en el vestir y en el comportamiento de hombres y mujeres, etc., sin que por ello haya desaparecido la jerarquía de género. En lugar de cuestionar las concepciones de género clásicamente modernas Y las postmodernas modificadas o flexibilizadas, Butler se limita a confirmar la mala realidad postmoderna (de los géneros). De modo que la concepción culturalista de Butler no da respuesta alguna a las cuestiones actuales, sino que más bien su gesto progresista presenta como solución el auténtico problema de las relaciones de género jerárquicas en la postmodernidad problema que también se muestra en la mujer (pseudo)hermafrodita.

Entretanto se intenta enriquecer la Queer-Theory con una perspectiva material, especialmente en el sentido de una dimensión de cuidados. En mi opinión esto no supone ningún avance. No se trata de entremezclar de manera aparentemente sencilla ambos planteamientos; más bien habría que plantear todo el análisis desde un nuevo fundamento, esto es, desde la teoría de la escisión del valor, que también permite una crítica de la denominada heteronormatividad y permite descifrar lo queer como una reelaboración de la contradicción adaptada al capitalismo y que no rebasa su inmanencia. A veces se tiene la impresión de que en estos círculos las identidades transgénero casi se confunden con la realización del ideal del “hombre nuevo”. Sin embargo, es de suponer que esto no tiene tanto que ver con esas identidades y con las discriminaciones correspondientes como con los intereses mismos de una cultura del dominio hetero que ha cambiado de orientación.

11. Lo decisivo en la definición de la relación de género postmoderna es insistir en la dialéctica entre esencia y apariencia. Es decir, las transformaciones de la relación de género deben ser interpretadas a partir de los mecanismos y estructuras de la escisión del valor, que en cuanto principio formal determina todos los planos sociales. El desarrollo de las fuerzas productivas y la dinámica del mercado, que justamente se basan en la escisión del valor, socavan sus propios presupuestos al provocar que las mujeres se distancien en buena medida de su rol tradicional. De este modo, desde los años 50, cada vez más mujeres se han incorporado al ámbito del trabajo abstracto y a los procesos asalariados entre otras razones condicionadas por los procesos de racionalización de las tareas del hogar, la posibilidad de la contracepción, la igualación con los hombres a nivel formativo, la actividad profesional añadida de las madres, etc., como ha mostrado sobre todo Ulrich Beck (18). A este respecto, ciertamente, la “doble socialización” de las mujeres ha adquirido una nueva cualidad.

Aunque buena parte de las mujeres se ha integrado en la sociedad “oficial”, ellas siguen siendo responsables de las tareas domésticas y de los niños, tienen que luchar más que los varones para llegar a las posiciones sociales más altas, su salario medio sigue siendo inferior al de los hombres, etc. Con todo ello la estructura de la escisión del valor se ha transformado, pero sigue existiendo en lo fundamental. En ese contexto hay indicios que señalan que probablemente nos movemos hacia un “modelo mono-género”, en el cual las mujeres son hombres, sólo que de otra manera. Un modelo, sin embargo, que ha transitado a través del proceso clásicomoderno de escisión del valor; y por ello tiene un rostro diferente que en tiempos pre-modernos (19).

Las viejas relaciones de género burguesas ya no se ajustan al “turbocapitalismo” con su exigencia rigurosa de flexibilidad; esto lleva a la formación de flexi-identidades coactivas que se siguen caracterizando de manera diferente según los géneros (20). La vieja imagen de la mujer se ha vuelto obsoleta, la mujer “doblemente socializada” está a la orden del día. Más todavía: los nuevos análisis sobre el tema “globalización y relaciones de género” sugieren la conclusión de que después de un tiempo en el que parecía (o quizá fue realmente así) que las mujeres habían conquistado cada vez más espacios de libertad dentro del sistema, las tendencias de la globalización han llevado a un embrutecimiento salvaje del patriarcado. Por supuesto, en este sentido hay que tomar en consideración los diferentes contextos socio-culturales en las distintas regiones del mundo. También hay que tener en cuenta que, si triunfa una lógica de ganadores y perdedores que amenaza con tragarse incluso a los ganadores a causa del hundimiento de la clase media (21), las mujeres se encuentran aquí en una posición específica. Así por ejemplo, en Alemania, mujeres (con carrera) bien situadas podían permitirse mujeres inmigrantes del Bloque del Este, por lo general mal pagadas, como “sirvientas” y cuidadoras. De esta manera se produce una redistribución de los trabajos de asistencia y cuidado dentro de los mundos de vida femeninos.

Sin embargo para gran parte de la población el “embrutecimiento salvaje del patriarcado” significa también en Europa que se hacen más visibles tendencias que en parte conocemos de los guetos (negros) de EEUU o de los barrios miseria de los así llamados países del Tercer Mundo: las mujeres son responsables en la misma medida del dinero y de la supervivencia. Se integran cada vez más en el mercado global, pero no tienen la oportunidad de asegurar la propia existencia. Sacan los hijos adelante utilizando parientas y vecinas (también aquí se produce un reparto interno femenino de los trabajos de cuidado). Los hombres vienen y van, se van colgando de un trabajo a otro y de una mujer a otra, que si cabe incluso los alimenta. Debido a la precarización de las relaciones laborales, unida a la erosión de la estructura de la familia tradicional (22), el hombre ya no posee el papel de sostén de la familia. La atomización social y la individualización ganan terreno en el contexto de unas formas de existencia inseguras y ante una situación económica global que empeora cada vez más, sin que la jerarquía de género desaparezca realmente en un contexto de desmantelamiento del estado social y de imposición de medidas coercitivas de administración de la crisis.

La escisión del valor, en cuanto principio formal de la sociedad, simplemente se separa en cierta medida de los rígidos soportes institucionales de la modernidad (sobre todo la familia y el trabajo). El patriarcado productor de mercancías se vuelve más salvaje sin que se haya superado la relación entre el valor o el trabajo abstracto y los momentos escindidos de la reproducción. Además, hay que constatar que el grado de violencia masculina no cesa de crecer en los niveles más diversos. Al mismo tiempo se producen transformaciones en la constitución psíquica de las mujeres. En la postmodernidad se forma un “código emocional uni-género” que se corresponde con el viejo código de los hombres, como ha constatado Kornelia Hauser en conexión con Arlie Hochschild (23). No obstante, aquí siguen influyendo viejas estructuras afectivas, porque de lo contrario las mujeres no asumirían actividades reproductivas escindidas en “relaciones mono-género” postmodernas.

Ciertamente el turbocapitalismo reclama, como ya se ha visto, flexi-identidades coactivas que varían según el género. Por otro lado, no se puede dar por sentado que en el actual capitalismo en crisis el modelo postmoderno de género que corresponde a las mujeres “doblemente socializadas” pueda estabilizar la reproducción social de forma duradera, ya que en el “colapso de la modernización” (24) el capitalismo está perdiendo cada vez más los estribos y dando un vuelco desde la racionalidad hacia la irracionalidad. Sin embargo, desde este punto de vista, la “doble socialización” de las mujeres individualizadas debe considerarse paradójicamente como algo funcional para el patriarcado productor de mercancías en proceso de desmoronamiento. Así por ejemplo, los grupos de autoayuda para controlar los efectos de la crisis en el denominado Tercer Mundo los llevan adelante mujeres, por lo que, en un momento en que la producción se rige por el just-in-time, las actividades de reproducción son mucho más difíciles de cumplir que hasta ahora. En cierto modo estas tareas recaen sobre las mujeres, doblemente sobrecargadas. En general hoy se atribuye a las mujeres el papel de gerentes de la crisis. Han de servir de “medio de limpieza y desinfección” (Christina Türmer-Rohr) cuando el carro ha quedado atrapado en el fango. También el grito que reclama cuotas de mujeres en las posiciones directivas (que resuena de manera especialmente ruidosa desde 2008) debería ser considerado en este contexto. En mi opinión sería erróneo ver en él una tendencia hacia una forma ulterior de emancipación; más bien se trata de una especie de sexismo invertido.

En el contexto de estas consideraciones cabría discutir qué otras consecuencias teóricas y prácticas habría que extraer de cara a superar los dilemas de la socialización bajo la escisión del valor, que de forma cada vez más patente fija al ser humano y a la naturaleza en un “mínimum” y a la que no se puede responder con los programas de reforma de la vieja izquierda o keynesianos, ni tampoco con un modelo hoy tan apreciado de economía solidaria en un contexto meramente comunitario.

NOTAS

1. Cf. sobre esto Roswitha SCHOLZ: Das Geschlecht des Kapitalismus. Feministische Theorien und die post- moderne Metamorphose des Patriarchats, Bad Honnef: Horlemann, 2000; Roswitha SCHOLZ: “Die Theorie der geschlechtlichen Abspaltung und die Kritische Theorie Adornos”, en R. Kurz /R. Scholz/J. Ulrich: Der Alptraum der Freiheit, Perspektiven radikaler Gesellschaftskritik, Ulm/Blaubeuren: Ulmer Manuskripte, 2005.

2. Cf. Robert KURZ: Der Kollaps der Modernisierung. Vom Zusammenbruch des Kasernensozialismus zur Krise der Weltökonomie, Frankfurt a. M.: Eichborn, 1991; Robert KURZ: Schwarzbuch Kapitalismus. Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft, Frankfurt a. M.: Eichborn, 1999; Moishe POSTONE: “National- sozialismus und Antisemitismus. Ein theoretischer Versuch”, en D. Diner (ed.): Zivilisationsbruch. Denken nach Auschwitz, Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1988; Moishe POSTONE: Tiempo, trabajo y domi- nación social, Madrid: Marcial Pons, 2006.

3. Cf. con más precisión al respecto Robert KURZ, Der Kollaps der Modernisierung, op. cit.

4. Frigga HAUG: “Knabenspiele und Menschheitsarbeit. Geschlechterverhältnisse als Produktionsver- hältnisse”, en F. Haug, Frauen-Politiken, Berlin: Argument, 1996.

5. Cf. Frigga HAUG: Frauen-Politiken, op. cit., págs. 229ss.

6. Cf. F. HAUG, ibídem.

7. Eva HERMAN: Das Eva-Prinzip. Für eine neue Weiblichkeit, München: Pendo, 2006.

8. Cf. Regine GILDEMEISTER / Angelika WETTERER: “Wie Geschlechter gemacht werden. Die soziale Konstruktion von Zweigeschlechtlichkeit und ihre Reifizierung in der Frauenforschung”, en R. Gildemeister/A. Wetterer (eds.): Traditionen Brüche. Entwicklungen feministischer Theorie, Freiburg i. Br.: Kore, 1992, págs. 214ss.

9. Cf. Frigga HAUG: Frauen-Politiken, op. cit., págs. 127s.

10. Como hacen los trabajos de Hilge LANDWEER: Das Märtyrerinnenmodell. Zur diskursiven Erezeugung weiblicher Identität, Pfaffenweiler: Centaurus, 1990, Claudia HONEGGER: Die Ordnung der Geschlechter. Die Wissenschaften vom Menschen und das Weib 1750-1850, Frankfurt a. M.: Campus, 1991 y Barbara DUDEN: Geschichte unter der Haut. Ein Eisenacher Arzt und seine Patientinnen um 1730, Stuttgart: Klett-Cotta, 1987.

11. Cf. por ejemplo Nancy CHODOROW: The Reproduction of Mothering. Psychoanalysis and the Sociology of Gender, Berkeley: University of California Press, 1999 [trad. esp.: El ejercicio de la maternidad. Psicoanálisis y sociología de la maternidad y la paternidad en la crianza de los hijos, Barcelona: Gedisa, 1984].

12. Regina BECKER-SCHMIDT: “Frauen und Deklassierung. Geschlecht und Klasse”, en Klasse Ge- schlecht. Feministische Gesellschaftskritikund Wissenschaftskritik, Bielefeld: AJZ, 1987, pág. 214.

13. Cf. más ampliamente sobre todo Roswitha SCHOLZ: Differenzen der Krise – Krise der Differenzen. Die neue Gesellschaftskritik im globalen Zeitalter und der Zusammenhang von „Rasse”, Klasse, Geschlecht und postmoderner Individualisierung, Bad Honnef: Horlemann, 2005.

14. Cf. por ejemplo Florence WEISS: “Zur Kulturspezifik der Geschlechterdifferenz und des Ge- schlechterverhältnisses. Die Iatmul in Papua-Neuguinea”, en R. Becker-Schmidt/G.-A. Knapp: Das Geschlechterverhältnis als Gegenstand der Sozialwissenschaften, Frankfurt a. M.: Campus, 1995.

15. Thomas W. LAQUEUR: Auf den Leib geschrieben. Die Inszenierung der Geschlechter von der Antike bis Freud, München: dtv, 1996.

16. Cf. Bettina HEINTZ /Claudia HONEGGER: “Zum Strukturwandel weiblicher Widerstandsformen im 19. Jahrhundert”, en B. Heintz/C. Honegger (eds.): Listen der Ohnmacht. Zur Sozialgeschichte wei- blicher Widerstandsformen, Frankfurt a. M.: Europäische Verlagsanstalt, 1981.

17. Judith BUTLER: Das Unbehagen der Geschlechter, Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1991.

18. Ulrich BECK: Risikogesellschaft. Auf dem Weg in eine andere Moderne, Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1986, págs. 174ss. [Trad. esp.: La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Paidós, Barcelona, 2006].

19. Cf. también Kornelia HAUSER: “Die Kulturisierung der Politik. Anti-Political-Correctness als Deu- tungskämpfe gegen den Feminismus”, en Bundeszentrale für politische Bildung (ed.): Aus Politik und Zeitgeschichte. Beilage zur Wochenzeitung Das Parlament, (17. Mai 1996).

20. Cf. Irmgard SCHULTZ: Der erregende Mythos vom Geld. Die neue Verbindung von Zeit, Geld und Ge- schlecht im Ökologiezeitalter, Frankfurt a. M.: Campus, 1994; Christa WICHTERICH: Die globalisierte Frau. Berichte aus der Zukunft der Ungleichheit, Reinbek bei Hamburg: Rowohlt, 1998.

21. Robert KURZ: “Das letzte Stadium der Mittelklasse. Vom klassischen Kleinbürgertum zum univer- sellen Humankapital”, en R. Kurz /R. Scholz/J. Ulrich: Der Alptraum der Freiheit, Perspektiven radi- kaler Gesellschaftskritik, Ulm/Blaubeuren: Ulmer Manuskripte, 2005.

22. Irmgard SCHULTZ: Der erregende Mythos vom Geld, op. cit.

23. Aunque en el contexto de valoraciones más optimistas que las mías, cf. Kornelia HAUSER: “Die Kulturisierung der Politik”, op. cit.

24. Robert KURZ: Der Kollaps der Modernisierung. Vom Zusammenbruch des Kasernensozialismus zur Krise der Weltökonomie, Frankfurt a. M.: Eichborn, 1991.

 


Traducción de José A. Zamora y Jordi Maiso.

Publicada originalmente en Constelaciones – Revista de Teoría Crítica, número 5, diciembre de 2013. ISSN;2172-9506.

 

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Roswitha Scholz
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Roswitha Scholz (1959) se graduó como trabajadora social, es periodista independiente y editora de la revista teórica EXIT! Nota: esta cuenta de autor es controlada por la administración de Breviarium.digital y fue creada con el objeto de dar crédito por el texto y facilitar las búsquedas con su nombre.

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