¿Auschwitz de coartada?

Naturalmente, la obstinada negativa a tomar posiciones frente al cambio insoslayable de paradigma crítico del valor de la crítica del capitalismo, adopta otras formas distintas a la nostalgia de lucha de clases como en MGHuisken. La mayor parte del marxismo tradicional ha preferido hace bastante despedirse silenciosamente de la crítica explícita de la economía política. No pocos aficcionados ideológicos intentan, como sustituto a la acción, guarnecer al marxismo del movimiento obrero superado con toda clase de constructos y puntales incompatibles, supuestamente «modernizados»: desde el razonamiento pop-cultural de la sociología de la cultura de un Bordieu hasta el «discurso» postestructuralista.

El impulso en sí justificado de apoderarse críticamente del aspecto cultural de la socialización capitalista medio ignorado en las izquierdas tradicionalmente «economicista» (mejor dicho: sociologicista), no tiene nada que ver, en esas manifestaciones, con una superación del marxismo del movimiento obrero ya obsoleto. Ya que los «marxistas de la cultura» posmodernos, que, en realidad, ya no lo son, se encuentran a la altura de los tiempos como mucho con sus extravagantes gafas de sol: teóricamente ni pueden ni quieren entrometerse de ninguna manera en el paso, como tarea histórica pendiente, de la teoría radical de la sociedad reducida del contexto sociológico de clases al crítico del valor. Por el contrario, viven esa tarea como amenaza, igual que los luchadores de clase que se han quedado sentados. La temática cultural no se manifiesta en un contexto nuevo, sino como su defensa y se convierte, de esa manera, en un puro espéctáculo de coartada. El viejo economicismo completamente inacabado se sustituye únicamente con un culturalismo igualmente obtuso.

Con especial crudeza entra en escena ese canje barato de la reducción teórica del tema de Auschwitz. El sector del marxismo tradicional más o menos orientado a la cultura quiere, manifiestamente, quitar del medio a modo de movimiento reflejo todo intento de reformular la teoría del fascismo de forma crítica del valor. Si la izquierda había referido en el pasado el crimen contra la humanidad del nacionalsocialismo, sobre todo, al crudo «interés del capital» socio-económico y/o procesos superficiales sociológicos de transformación del aparato de dominación capitalista en la crisis económica mundial, mientras que el poder de la ideología biológica-antisemita quedaba tan en segundo plano como la historia específica alemana, entonces ahora desaparece, justamente al revés, el contexto capitalista de condición de régimen nazi en un estado de cosas cultural-ideológico «puramente alemán» sin contexto ni condiciones.

No extraña que, desde ese punto de vista, Günther Jacob tenga que atacar el Schwarzbuch tan violentamente, ya que en éste se expone una relación sistemática entre la historia capitalista del desarrollo y una «ideología alemana» específica (es decir, no se enfrenta la una a la otra). A modo de carné «marxista», exigiendo comprensión a un público correspondientemente «adiestrado», Jacob decreta que el Schwarzbuch está «construido sobre una revisión de la teoría marxista del valor», sin explicar que signifique tal cosa. Para lo que todavía le queda por decir, ya no necesita, de cualquier manera, una teoría del valor, ni marxista ni revisada. Sólo coquetea con la vieja crítica radical de izquierdas del capitalismo por necesidad táctica y el marxismo destronado de los años 70 se saca como ficha de juego y de presentación únicamente con el fin de forzar el concepto de economía política para desechar su crítica. Explícitamente, en Jacob figuran los conceptos críticos de la socialización del valor sólo como supuestamente «categorías que se han vuelto inciertas debido al holocausto». Casi tiene la apariencia macabra de que el asesinato de seis millones de judíos encontrase su sentido en que le regala a cierta izquierda alemana el privilegio de poder disimular culturalmente, con toda tranquilidad, la vieja identidad de lucha de clases ya raída. Jacob es lo suficientemente impasible como no sólo instrumentalizar Auschwitz para el entierro de la crítica radical de la economía, sino también, en ese sentido para todo derroche, querer llamar como testigo principal a Adorno, al que, por lo demás, trata en la preguntas teóricas principales como a un perro muerto. En realidad la Teoría Crítica nunca ha dejado de ver Auschwitz en relación intercesora para el sistema productor de mercancías, mientras que la postura de Jacob se basa en la exigencia, dando exactamente la vuelta al conocido dictado de Horkheimer: el que quiera hablar de Auschwitz, tiene que guardar silencio inmediatamente sobre el capitalismo.

Para poder presentar esa huida al culturalismo como posición meditada, Jacob echa mano de un medio casi increible: falsea literalmente la argumentación del Schwarzbuch sobre el nacionalsocialismo y miente al público diciendo que allí está escrito exactamente lo contrario de lo que se se dice. De esa manera afirma que el Schwarzbuch ha retomado en lo fundamental la «explicación historizante» de Götz Aly con referencia positiva a Nolte (!), con lo que se pone en duda Auschwitz como acto singular y se subordina a los crímenes generales de modernización del siglo XX. Justamente al contrario, el Schwarzbuch desarrolla a partir de la historia de la segunda revolución industrial la diferencia decisiva entre Auschwitz y el gulag soviético, así como el fordismo de los EE.UU. y ajusta de esa forma las cuentas con Nolte mucho más profundamente que sus críticos caseros democráticos de izquierdas de la RFA. Jacob va aún más lejos en su falseamiento y afirma que en el Schwarzbuch se presenta la destrucción de los judíos «funcionalistamente» como «medio para otro fin» (modernización), pero, con todo, después al autor se le hace difícil sacar «los cálculos de utilidad acostumbrados de detrás de las apariencias» y «de repente» parece «todo irracional». Justo por el contrario el Schwarzbuch (entre otros en relación a Moishe Postone) muestra que y porque Auschwitz no puede explicarse con ninguna clase de «cálculo de utilidad», sino que está enraizado con un profunda irracionalidad y resentiemiento, cuyos elementos, por un lado, han caracterizado la socialización del valor como tal desde el principio, por otro lado, sin embargo, se compusieron en Alemania desde Herder y Fichte con un contenido específico, a saber, la legitimación culturalracista, de ideología de sangre, de la formación de la nación alemana. Este contexto, que recorre el Schwarzbuch como un hilo rojo, lo escamotea Jacob completamente.

El falseamiento es tan patente que no se puede menospreciar como cálculo denunciatorio consciente. Más bien se le puede suponer a Jacob un problema de percepción cuyo origen hay que buscar en su precomprensión. Como una víctima más de las «enseñanzas» del MG, tiene justamente aquel concepto positivamente reducido de socialización del valor en el que, igual que en Huisken es absorbido por «cálculos racionales de utilidad» de «intereses de clase». Pero porque Auschwitz no se puede explicar así, para Jacob se convierte en el abandono de la crítica del capitalismo. Aquel que exponga una relación entre la forma fetichista del valor y Auschwitz, tiene que reducir el crimen contra la humanidad, desde ese punto de vista, a un «cálculo racional de utilidad» y eso es justamente lo que mete Jacob en el Schwarzbuch. No se da cuenta de que se trata de su propio problema fundamental lo que le quiere colgar a los demás.

Por eso le parece, después, el análisis del antisemitismo en relación al trabajo ebstracto como «limitación», cuando en realidad se trata de una ampliación. Puesto que, al marxismo del movimiento obrero no sólo se le tenía que escapar a causa de su positivización y ontologización del «trabajo» la proyección antisemita del carácter abstracto negativo de este «trabajo» a una supuesta «esencia judía», con lo que su teoría del fascismo quedaba reducida a «intereses de clase», sino que de esa manera incluía también, y no sólo desde los insultos de Engels contra los «corte de cupón», ciertos elementos de la «economía política del antisemitismo» ( sin ser de esa manera sencillamente idéntico). Sólo una crítica radical del valor y, por ello, una crítica del trabajo, puede poner al descubierto esa relación y, a la vez, análogamente a las formas generales de sujeto de competencia y trabajo abstracto, explicar el carácter, que está por encima de las clases, de la formación de ideología antisemita (y de la formación de ideología en general). La afirmación marxista de que el ser determina la conciencia, se libera, de esa forma, de la reducción ideológica de clases y se eleva al ámbito formal categorial fundamental de la sociedad. Por el contrario, Jacob elimina el referente analítico al concepto de valor reducido a un objeto de «economía» e «intereses» para convertir aquello que se puede explicar de Auschwitz en una mistificación culturalista.

Para los efectos de una crítica radical que no cosifica teórico-económicamente el valor, sino que lo entiende como forma de sujeto general, puede definirse históricamente la relación del capitalismo, ideología antisemita y holocausto. La ideología antisemita moderna como tal, con ello, igual que el racismo, se encuentra en la sociedad burguesa desde la Ilustración y, en ese sentido, es un fenómeno capitalista universal. Los nazis no sólo integraron la ideología social-darwinista del liberalismo anglosajón, sino támbién una amplia paleta e elementos represivos de la modernidad (entre ellos, por ejemplo, los campos de concentración). En ese sentido, Auschwitz es parte constituyente de la totalidad de la historia del capitalismo. Sin embargo, sólo en Alemania el antisemitismo en el contexto de la formación de la nación legitimada en términos de ideología de sangre se conviertió en eliminatorio. En ese sentido, Auschwitz es una parte constituyente esencial de la historia alemana específica. Por otra parte, este antisemitismo alemán eliminatorio no se convirtió en el siglo XIX en la práctica real programática de Estado del asesinato industrial masivo, sino sólo en el contexto de la crisis económica mundial del nazi-fordismo. En ese sentido, Auschwitz es también parte constituyente de la segunda revolución industrial. Es completamente erróneo hacer excluyentes estas dos referencias, como en la pregunta insinuante del seminario del festín veraniego de konkret, si el holocausto ha sido «en última instancia una consecuencia de la catástrofe capitalista general» o «una consecuencia del antisemitismo alemán específico». No se puede pensar lo uno sin lo otro.

En este contexto, un análisis tiene su importancia, como el del libro de Gerhard Scheit sobre dramaturgia del antisemitismo en el contexto de crítica del valor que persigue el carácter eliminatorio específico de esa ideología a lo largo de la historia cultural alemana. Pero justamente un culturalismo como el de Jacob no es, fundamentalmente, capazde ello, ya que en su visión del mundo ahuecada posestructuralistamente ya no hay historia, en todo caso no como continuidad de un poceso que se despliega, sino solamente la superficie de «eventualidad» de manifestaciones temporales historiada sobre otra de una manera puramente externa, que tendrían que ser siempre inmediatamente su propia esencia. En este sentido, Jacob no sólo separa Auschwitz del capitalismo, sino también de la continuidad de la historia alemana. El holocausto, de esta forma, no se entiende polémicamente contra los historiadores apologetas como historia insuperada, que sólo se podría superar mediante una crítica categórica de la socialización del valor, sino que se convierte en un juguete ahistórico del «discurso». También la relación estructural entre forma de valor y formación de ideología puede iluminarse sólo mediante la crítica del valor. Ya que para Jacob (además en consonacia con Huisken) la relación entre «sujeto automático» y personas que actúan, entre forma de sujeto y contenidos de la voluntad, sigue siendo un libro de siete sellos, lee el Schwarzbuch como si no fuesen los individuos, sino las categorías abstractas mismas las que «actúan» inmediatamente y, de esa forma, disculpan a las personas como objetos sin voluntad «del valor». Mientras que a la vista de los intereses sociales son justamente los contenidos subjetivos de la voluntad mismos lo que ejecutan inconscientemente en gran parte el proceso de valorización en la forma objetivada de sujeto de la competencia, la formación de ideología exige a los sujetos en la misma forma una parte aún mayor de trabajo de conciencia. Ya que no se trata sólo de la ejecución cotidiana, sino de una reacción elaborada conscientemente a la negatividad experimentada prácticamente y a las contradicciones de la socialización del valor.

Los contenidos ideológicos de la voluntad, por ello, no hay que «deducirlos» formalmente del valor, a diferencia de instituciones de dinero, mercado y Estado. El que interpreta la irracionalidad de la forma de valor de manera proyectivamente antisemita y, por ello, irracionalmente por su parte, lo «quiere» también con el fin de descargarse de contradicciones amenazantes y no es, por tanto, alcanzable argumentativamente mediante «ilustración», sino que sólo hay que combatirlo. Pero eso no quita que esos contenidos «escogidos libremente» se expliquen, en primer lugar, en referencia a aquello por lo que no representan en ningún caso una formación de reacción automática u obligada de la conciencia, y que esos contenidos de la conciencia, en segundo lugar, tienen una determinada historia que contextualiza (también específicamente alemana). Jacob elimina las dos cosas; resuelve la formación de ideología antisemita como una variante asesina alemana de su objeto social y la convierte en un acto de arbitrariedad incondicional. De esa forma, cae en una moral individual puramente burguesa, que sustituye la crítica de la sociedad con un imperativo ético; un pensamiento reducido antireflexivo que tiene coyuntura porque pega muy bien con el «giro» microeconómico del neoliberalismo. Mirando con las gafas de Thatcher sólo se manifiesta el sujeto individual atomizado- el «individuo responsable de sí mismo», y nada más.

Junio de 2000.

Traducción de Marta M. Fernández.