Movimientos sociales en América Latina: ¿articulación o rechazo del sistema democrático?

Movimientos sociales en América Latina: ¿articulación o rechazo del sistema democrático?

Este ensayo fue publicado originalmente en:

Calderón, José M., y Alfonso Bello. Bajo la sombra de Craso : la democracia moderna entre finanzas bárbaras, poderes fácticos y crisis de la representación. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2010.


Es común identificar el fin de los regímenes militares con el fin de una época que da lugar a la aparición de nuevas democracias en el continente. Sin embargo, cuando se interpreta ese breve periodo de las dictaduras, por lo general se olvida la historia latinoamericana. La toma de decisiones políticas desde las instituciones por parte de civiles y militares ha sido un hecho recurrente, y las variaciones son explicables partir de las especificidades de cada país o región.

La literatura político-académica ha establecido una tabla de supuestos, con pretensiones de teoría, que busca llamar a cuentas a los administradores de los aparatos estatales que ocuparon los sitios dejados por los militares. Las formas del discurso comparan y aluden al pasado, mezclando teorías con experiencias y fórmulas económicas fallidas. Según su contenido, nuestras sociedades han sido defraudadas en sus expectativas por formas de organización política que no producen mejoría alguna en las condiciones de vida de los pueblos.

La enumeración de las insuficiencias desemboca en dos tendencias visibles: una, que no duda en retornos nostálgicos a los orígenes clásicos del fenómeno disfuncional con la esperanza de rescatar la esencia y amoldarla éticamente la actualidad. Otra, que aquí interesa, pretende perfeccionar lo que en la práctica no ha sido más que un modo formal de tomar decisiones por mayoría, es decir, una concepción simple instrumental de un ritual cuya repetición pretende disciplinar socialmente, al tiempo que legitima el proceso de representación con la ilusión del cambio. Esta alternancia, anclada en el subjetivismo más elemental, se ampara en la relación esperanza-desesperanza depositada en representantes que simulan dirigir el timón de una barca cuyo destino desconocen.

Aquí, el pensamiento atomizado sin referentes más allá de 30 o 40 años, estalla en variadas y pequeñas propuestas reparadoras: cambios en la gestión de los recursos; mayor participación de la sociedad; fortalecimiento de la ciudadanía; participación ciudadana en la asignación de recursos para obras sociales; combate a la corrupción; flexibilización de los sistemas de partidos que incluyan candidatos independientes, creación de comités de consultoría y asesoría a ciudadanos. Y desde luego, la reforma básica del Estado, que significa su racionalización en los términos dictados por los organismos financieros internacionales. Esto, sin faltar el ingrediente experto que, partiendo de los recortes ordenados, propone fórmulas y más fórmulas para preservar las estructuras gerenciales de la administración pública, sin olvidar las áreas estratégicas de la educación y la cultura, donde se incuban las generaciones de los gestores públicos y privados de la interiorización y reproducción capitalistas. En su turno, el radicalismo de izquierda también se hace presente, ponderando los beneficios de la democracia directa que acabaría con los vicios de la mediación y la representatividad, colocando a continuación su veladora en el altar del ídolo.

En este punto vale cuestionar el voluntarismo obvio que reduce una problemática estructural del capitalismo a desajustes administrativos solucionables con una gestión adecuada del aparato estatal. Las concepciones sobre un Estado-instrumento o espacio de confrontación clasista, surgidas en las primeras décadas del siglo pasado, sobreviven bajo las formas del marxismo tradicional del movimiento obrero de la socialdemocracia. Para ellas, el Estado, como producto de la modernidad, al igual que la nación y la economía, se extiende a la premodernidad dándole un carácter ontológico, sin entender que la universalidad abstracta de esa época, es decir, su constitución social, era específicamente religiosa.

En la modernidad, o capitalismo, por el contrario, dicha constitución social universalidad abstracta corresponde a la forma mercancía, la cual se manifiesta en dos esferas funcionales opuestas: la economía y la política. En la primera se lleva cabo la valorización del capital dinero por medio del trabajo asalariado y su realización en el mercado; la segunda establece las regulaciones y mediaciones de la valorización con leyes, instituciones, infraestructuras, servicios y seguridad para la reproducción. Se entiende que el Estado, la nación y la democracia —esta última como la forma más elaborada de la política—, son un producto histórico del capitalismo. Más precisamente, de la moderna sociedad productora de mercancías (Kurz, http://obeco.planetaclix.pt/rkurz105.htm).

En la oposición de las esferas economía y política, ésta última tiene un carácter secundario. Sin embargo, su preeminencia —que es aparente— obedece a su papel desempeñado en la lucha ideológica contra los residuos de la premodernidad, de modo que su presencia ha sido decisiva en la realización de las revoluciones burguesas, políticas todas ellas, partir de la francesa de 1789, hasta casi los años ochenta del siglo XX, cuando se afirma completamente la modernidad. Otra circunstancia que explica el auge del politicismo lo constituye el desarrollo desigual de países y regiones, lo cual traduce la oposición estructural entre economía y política como tensiones entre liberalismo económico y estatismo, derecha e izquierda, capital y trabajo, etcétera (Kurz, http://obeco.planetaclix.pt/rkurz66.htm).

La parálisis teórica —evidente como aceptación de un capitalismo ahistórico, natural, que ingeniosamente elude obstáculos, ocultando y mostrando indistintamente facetas productivas o financieras, que reestructura Estados y fuerzas de trabajo cual ganado en establos nacionales—, orienta la actividad politico-académica, por una parte, hacia los estudios atomizados, aislados socialmente; lleva también a integrarse a los esfuerzos de la microeconomia, donde la gestión empresarial constituye el último reducto ideológico de un sistema que ofrece promesas de éxito individual, con toda su bisutería competitiva, sus quiebras y sus fusiones. Por otra parte, los que no cayeron al precipicio de la llamada posmodernidad como justificación ideológica de la globalización, se aferran al fantasma de un Estado dinámico flexible, también intemporal, capaz de revertir la historia para mantener la idea de la primacía de la política sobre la economía, domar así la globalización, ordenándole que sea productiva, que obedezca las reglas de los Estados nacionales y limite las travesuras de su capital financiero.

La fracción más patética de esta tendencia promueve en el mercado del desarrollismo latinoamericano su mercancía caduca con el sello “Las Promesas Distributivas”, las cuales, por la simple ejecución de su voluntad, gracias una mágica combinación de política salarial e inversión estatal, harán posible la felicidad de la humanidad, convirtiendo al capitalismo en una suerte de movimiento benefactor perpetuo de la valorización en equilibrio.

Es evidente que el carácter secundario de la política y sus productos: nación, Estado, democracia, no desaparecerán en tanto prevalezca el capitalismo. El fetichismo de la mercancía ha impedido hasta hoy un análisis global de la sociedad en el medio aludido, que permita dilucidar la tensión entre valor de uso —en franco declive— y el valor de cambio, cuyo desarrollo incontrolable en la forma de capital ficticio preludia con sus burbujas financieras un estallido de graves proporciones para el sistema (Jappe, http://antivalor.atspace.com/jappe13.html). Los Estados, convertidos en administradores de la crisis, una vez que el capital trasnacional circula sin trabas por el planeta en su desesperada búsqueda de rentabilidad, controladas sus monedas desde el exterior, incapaces de brindar seguridad interna ante las mafias y el bandidaje que alimenta la precarización y el desempleo crecientes, sólo aciertan a gimotear en las voces de los gestores y administradores estatales ante la realidad de la racionalización burocrática que les imponen. En el mercado electoral, la soberanía nacional y la autonomía “relativa” del Estado, se convierten en artículos manoseados por la verborrea inútil de los partidos políticos, mismos que reflejan la incertidumbre y la crisis categorial que priva en el medio político-académico.

En tal situación, importa saber qué sucede con los movimientos sociales, entendidos éstos como formas colectivas de resistencia a la valorización del capital, para diferenciarlos de otras expresiones sociales que buscan adaptarse o incorporarse al proceso de socialización y normatividad de los espacios educativos, culturales y cívicos que administra el Estado. Los movimientos, considerados como resistencia, no expresan ruptura alguna mientras no procesen críticamente el fetiche de la mercancía. Pueden intentar, a lo sumo —como lo hizo el movimiento obrero al luchar por la contratación colectiva, la extensión de los derechos mínimos de huelga, asociación reunión— perfeccionar el mecanismo de la plusvalía, básico para la reproducción del capital, si esto es posible hoy. Es decir, luchar o “resistir” en el marco del trabajo abstracto no conduce a ninguna emancipación. Los movimientos que se declaran anticapitalistas piden que se reglamente la especulación financiera, los que proponen la moneda con fecha de caducidad para impedir la capitalización y otras fantasías por el estilo, no tienen más fruto que los espacios mediáticos donde llevan a cabo sus espectáculos.

La ya antigua tradición de la resistencia de los pueblos indigenas no puede interpretarse ni generalizarse a la ligera. Las particularidades por país o región, con sus respectivas historias, sin cortes históricos de 30 años la fecha, evitarían las caracterizaciones imprudentes de la nota roja política. Países con una larga secuela de rebeliones sociales y cuartelazos, interiorizados en la conceptualización del liberalismo y del marxismo fofo de la toma del poder, por lógica elemental acuden al mercadeo de los sistemas politicos. Las tendencias autonomistas, que las hay, sin una base teórica sobre el desarrollo global de la sociedad, tienden reproducir en pequeños espacios gérmenes de cooperativismo y formas de consenso que el aislamiento, el atraso y la precariedad convierten en un ejercicio inútil reiterativo.

En paralelo, desde el medio político-académico se deslizan ejemplos de esta incertidumbre vacuidad teóricas al estudiar las relaciones entre los sistemas políticos los movimientos sociales (Mirza, http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/libros/becas/mirza/mirza.html). El sujeto interpretador, con los ingredientes solidarista moral, después de repasar los casos que sus tesis reclaman, declara en síntesis que los movimientos sociales con mayor autonomía organización actúan correctamente marcando su distancia de los partidos políticos. La recomendación enviada, según el ritual académico, asigna los movimientos sociales el papel de conciencia, con lo cual las instituciones tienen la facilidad de llenar el formulario de su legitimación.

En otros ejemplos, la negociación entre movimientos y Estado, las incursiones de aquéllos en los juegos electorales es defendida en tanto se ampara en las tradiciones históricas de los pueblos. Se establece así la crítica de los aspectos moral y simbólico que se atribuyen los movimientos que no reparan en su aislamiento y su condición de minorías frente la mayoría de la sociedad (Saint-Upéry, 2006). Ambas posiciones —mayor o menor distancia de lo institucional— como expresión de lo que sería la “actualidad académica”, muestran la profundidad de la raíz fetichista de la forma mercancía y el callejón sin salida de los movimientos sociales del entorno de reflexión político-académica. La política, en fin, en su papel de mediación y regulación de la reproducción, encubre su papel subsidiario de la esfera económica al procesar conflictos en el marco del sistema, creando la falsa imagen de la primacía de lo político, por lo que buscar la superación de las contradicciones estructurales que se derivan del trabajo abstracto en el asalto o la conquista de su aparato funcional de socialización, sólo es concebible en el ámbito deprimente de la inconsciencia social que genera el capitalismo.

BIBLIOGRAFÍA

Jappe, Anselm, «Las sutilezas metafísicas de la mercancía», en
<http://104.198.209.4/2016/03/02/las-sutilezas-metafisicas-de-la-mercancia/>.

Kurz, Robert, «A falta de autonomia do Estado e os limite da política: quatro teses sobre a crise da regulacâo política», en
<http://obeco.planetaclix.pt/rkurz66.htm>.

____, «El fin de la política. Tesis sobre la crisis del sistema de regulación de la forma de la mercancía», en
<http://104.198.209.4/2016/03/15/el-fin-de-la-politica/>.

Mirza, Christian Adel, «Movimientos sociales y sistemas políticos en América Latina: la construcción de nuevas democracias», en
<http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/becas/mirza/mirza.html>.

Saint-Upéry, Marc, 2006, en «Movimientos sociales: hipótesis para el debate», en
<http://www.lainsignia.org/2006/febrero/soc_001.htm>.

Previous La ignorancia de la sociedad del conocimiento
Next Dominación sin sujeto (Primera parte)

About author

José Villaseñor Cornejo
José Villaseñor Cornejo 15 posts

Historiador especialista en Revolución Mexicana y Movimiento Obrero Mexicano. Co-autor del volumen 5 "En la revolución 1910-1917" de la colección "La Clase Obrera en la Historia de México", ed. Siglo XXI, y colaborador para varias publicaciones de la UNAM. Nota: esta cuenta de autor es controlada por la administración de Breviarium.digital y fue creada con el objeto de dar crédito por el texto y facilitar las búsquedas con su nombre.

View all posts by this author →

0 Comments

Aún no hay comentarios

Puedes ser el primero en comentar este post!