De haraganes y barbarie: también los enanos empezaron pequeños
La mezquindad infame cultivada por el propio capitalismo ha prohijado este tipo de discursos, no hay distinción entre clases sociales, ni entre opresores y oprimidos, nos hunde en el odio tribal nacionalista, —malditos gringos, malditos ingleses, malditos franceses, fueron los norteamericanos, fueron los franceses—. No hay solidaridad entre pueblos, no hay empatía, no hay dolor, no hay humanidad. Porqué habríamos de sentir lástima por «los franceses» si ellos han invadido, bombardeado o saqueado, nos preguntan maliciosamente los promotores del odio inhumano que no están tan lejanos de aquellos que gritan desde el culo del megáfono del fascismo «malditos judíos» o «malditos musulmanes». Ya hemos visto las consecuencias del odio nacionalista cuando además esa identidad confluye como religiosa, tal cual observamos en los Balcanes y el gran genocidio contra los musulmanes bosnios a finales del siglo XX, infame revancha tribal por los crímenes cometidos 600 años atrás en dirección opuesta; en esta ocasión fanáticos nacionalistas, con estampas del devocionario ortodoxo adheridos en las culatas de sus rifles, francotiradores principiantes disparando desde azoteas, alturas cercanas a las voluntades de los cielos, contra hombres, mujeres y niños pertenecientes a la estirpe de los traidores que en el pasado abrazaron la fe, que era identidad, ley, lengua y soberanía del invasor otomano.
Es aborrecible que cualquiera se atreva a llamar a otros haraganes, cuando eso que se comparte no solo es la cúspide del pensamiento haragán, sino que es un claro ejemplo del hedor de la inhumanidad capitalista. Cualquiera con un poco de ingenuidad habría esperado, dado el contexto, una lección de humanismo y solidaridad frente a esa putrefacta viñeta, no su reivindicación como ejemplo del buen pensar.
Ninguno de los ataques armados en Francia que han ocurrido en años recientes tienen que ver con sus reductos coloniales. Qué clase de farsante borra el contenido histórico real de estos eventos para adjudicarles un origen distinto en el impío afán de rellenar una agenda discursiva de interés propio. Todos los ataques han sido manifiestamente en contra de la gran puta de occidente, la capital de la prostitución y la obscenidad, en contra del enemigo del Islam, en contra de la cuna de la Ilustración.
Se necesita ser un verdadero charlatán para opinar sobre la base de evadir buscar información, porque sólo es a través de ella como se puede conocer cuál es la realidad histórica, quiénes son los atacantes, qué reivindican, quiénes son sus víctimas, cómo es la vida en los territorios donde ya son gobierno. Ningún ataque reciente ha sido dirigido contra cuarteles militares, ni de policía, ni centros de poder político o económico, ningún ataque ha reclamado la intervención colonialista del poder francés. Cada ataque ha sido dirigido contra población civil en centros de reunión pública en donde se practica alguna forma de expresión cultural, como el arte o el deporte. Los comunicados que les acompañan reivindican la supremacía de sus formas de organización política, su ley, su moral, su ideología imperial: el islam, castigan la cultura de su antagonista.
Qué clase de haragán no está al tanto de las noticias y no ve esas fastuosas carnicerías como una continuación de la militancia de perfil discreto de las pandillas juveniles islamistas venidas a policía religiosa que intimidan bajo tácticas de la Camorra para lograr el cierre de restaurantes y bares en Amsterdam porque venden alcohol, y beberlo es haram, no solo está prohibido a aquellos de confesión islámica porque la norma es totalizante. Qué clase de haragán inhumano ignora que esas familias de guerrillas también han cometido terribles crímenes contra sus propios hermanos durante sus guerras de expansión imperial en el África subsahariana, gemelas de las que practican los poderosos del viejo continente. Qué viñeta vomitiva será la que fabriquen para desdibujar el rostro de esas víctimas, replantear los motivos de los agresores y llevar agua para su molino de simplismos apologéticos.
Es propio de haraganes ignorantes no haber estudiado y no entender que la religión es ideología, que la religión es política, que ella había sido en occidente la dominante y que brindaba identidad colectiva antes del advenimiento del Estado-nación en el s.XV (ese que usan anacrónicamente como eje de una pobre didáctica de formación política), pero que sigue siendo el pilar fundacional de todo lo público y privado para muchos otros pueblos. La religión otorga la hipótesis primera del ejercicio del poder, la justificación ética de su Derecho, el panorama moral que rige las relaciones sociales, la clave maestra de interpretación en jurisprudencia. Religión es identidad, es unidad, es norma, es ética, es poder, es el puente de trascendencia no solo para salvar de la mortalidad al individuo sino especialmente diseña un plan transgeneracional para los pueblos. Es bandera de la expansión imperialista, como también estandarte de la resistencia frente a los contrarios.
Los ataques armados islamistas contra la Francia del Iluminismo son de la misma naturaleza que los ataques a una radio comunitaria en México, son la manifestación violenta de la imposición de una forma de poder definido por un sistema ideológico, el neoliberalismo en este caso, el Islam en aquél.
Es propio del pensamiento haragán usar el término «terrorismo», a qué otro conocimiento podrían aspirar aquellos asimilados en la ignorancia, el odio y el barbarismo capitalista, sino a la repetición automática de los discursos fabricados desde el Poder. El concepto de «terrorismo» es la colisión de una diabólica trinidad: la militar que es directriz ejecutiva de la dominación, la política que borra identidad y significado al acto beligerante del contrario, y la jurídica que redimensiona la guerra a modo de crimen para consumo del espectáculo nacional.
Terrorismo es la traducción que el Poder hace de los actos de guerra que no se someten al ius ad bellum, pero cómo podríamos esperar que grupos beligerantes eclosionados en tradiciones jurídicas con raíces diferentes a la romana o la anglosajona participen de esas leyes si no comparten los principios de las que nacen. La letra que racionaliza la violencia de la dominación bajo la forma de la guerra carece de significado en sociedades intocadas por la Razón, como es el caso de los pueblos herederos de la Casa de Osmán.
Sólo un haragán no entiende que religión es universalización, es cultura en sentido amplio, es política en sentido práctico, es ideología que totaliza. Hablar de religión no es hablar de rezo, o creencia en lo supernatural, es orden, es norma, es principio y final de la práctica, es ética, es justificación del poder. Hablamos del islam como origen ideológico de formas especiales de violencia del mismo modo que hablamos de la Razón como madre de otras.
Qué tragedia de haraganes, que en su soberbia de creer vastos sus conocimientos, que no son más profundos que los obtenidos por un infante durante su educación básica, no sólo pretenden comprender el mundo mejor que otras personas, sino que tienen lamentables delirios de poder cambiarlo.