El inalienable derecho a ofender
Son extraordinarias las ocasiones en las que me he encontrado interpretando el papel de abogado del diablo, señor Juez, y ésta en particular, debo confesar ante su ilustrada presencia, es una que ejecuto con particular entusiasmo.
De pie saludo respetuosamente a los espectadores en la tribuna que ingenuamente creen que son otros y no ellos a quienes deben temblar las rodillas por el esfuerzo de mantenerse estáticos al borde de la viga que los sostiene sobre el vacío, pero solo temporalmente antes que la soga que tienen enredada al cuello sustituya violentamente dicha función.