El respeto es definido como la consideración que se tiene sobre el valor de alguien o algo, frecuentemente es concebido como una relación recíproca de reconocimiento del valor del otro. En una extensión más compleja la reciprocidad es lo que engendra la moral y los derechos, de modo que para algunas teorías políticas modernas (Honneth), el respeto sería fundamento de la justicia.
Como con muchas otras palabras de nuestro idioma, hemos pervertido su significado y lo modificamos a una suerte de carta comodín para invocar un tabú, establecer una prohibición de mención, demarcar una zona libre de crítica.
Les comparto este artículo de Javier Hernandez Alpizar, no porque lo suscriba, sino porque es un buen ejemplo de qué pasa cuando las buenas intenciones salen mal.
Las observaciones que hace pueden reducirse básicamente a dos puntos: haciendo un malabarismo con algo de espagueti de historia quiere establecer que el vandalismo contra una puerta no hace la revolución (eso es a lo que llamamos “profundancia”, es decir, una observación verdadera pero trivial); y por otro lado la insistencia sin fundamento racional de aplicar el principio de presunción de culpabilidad de ser agentes pagados sobre aquellas personas de las que no se sepa quiénes son, como oposición a no ser “ingenuos”.
Cuál sería para ustedes el caso de seguir mis publicaciones si no es para divagar junto conmigo en algún momento sobre algún tema que es totalmente intrascendente en la gran e importante agenda de asuntos nacionales que ocupa la mayor parte de nuestra atención.
Así que estoy casi seguro que ustedes, como yo, disfrutarán distraerse un par de minutos reflexionando sobre esa acusación que al menos yo he recibido en más de una ocasión: el ser soberbio.
En los últimos días ha habido un gran alboroto en los Estados Unidos a raíz de entrevistas en CNN al estudioso de temas religiosos Reza Aslan (se atreve a decir que la mutilación de genitales femeninos en Somalia es un “problema africano” y no un problema de la práctica del Islam), y por una discusión entre el conductor Bill Maher y el filósofo Sam Harris contra el actor Ben Affleck (quien dice que hablar mal del Islam es “racismo“) en el canal HBO.
Salman Rushdie es uno de los más importantes escritores de nuestro tiempo y quizás de los más detestados por los cardúmenes de pirañas envidiosas que nadan alrededor del mundo de la literatura, pero esas criaturas no son de temer. El mayor peligro que enfrenta el escritor es el que promulgó en 1998 el ahora extinto Ayatollah Ruhollah Komeini, quien fue el máximo líder político y religioso de la revolución islámica en Irán (1979), una fatua o sentencia que ordenaba a todo fiel musulmán en cualquier parte del mundo asesinar a Rushdie y a sus editores.
Este tipo de eventos destapan muchas cosas, algunas más interesantes que otras, por supuesto.
Voy a descartar a la aristocracia clasemediera cristiana de Zamora, Michoacán, del grupo de defensores de la señora Rosa Verduzco, para poder observar a los que en otras geografías y otras historias de vida tienen enfrente de sí los testimonios, videos y fotografías de la inmundicia en la que tenía sometidos a los niños que por abusos judiciales le eran entregados.
Ya antes he manifestado preocupación porque muchas personas se suman a cualquier movilización contra el gobierno sin mayor reflexión, ahora debo agregar que me encuentro muy decepcionado al ver cómo muchas personas además están hundidas en una desgracia de pensamiento bipolar sobre el mundo.
No me refiero a lo que comúnmente se señala como sinónimo de locura (estar tranquilo en un momento y eufórico al siguiente, o cambiar de opinión de forma drástica y contradictoria muchas veces consecutivas).
No deja de preocuparme la facilidad con la que muchas personas se adhieren a cualquier manifestación contra el gobierno sin analizar absolutamente nada de lo que hay de ella. Pareciera que en realidad la causa no es lo relevante sino el enemigo contra el que se erigen. Cualquier pancarta alzada contra el gobierno es aplaudida sin importar lo que tenga escrito.
Y todo eso es muy peligroso porque accidentalmente nos toparemos con una movilización que involucre buscar justicia, pero usualmente el objetivo es espurio, como el caso de eso que llaman #YoSoy17
Comentaba previamente sobre un artículo de François Houtart publicado en La Jornada, en el cual pretendía convencernos que la abyección cristiana de Hugo Chávez no era algo malo y que esa influencia religiosa no era religiosa sólo porque sus enemigos eran de la alta jerarquía católica.
Derivado de esto reflexionaba anoche sobre qué clase de persona es capaz de ponerse de pie frente a una multitud y por medio del ingenio torcer los hechos, tergiversar la historia y plantear un escenario nuevo donde caben excusas y justificaciones, un escenario cuya construcción obedece a una lasciva tentativa de engañar y encubrir.
Este artículo redactado por François Houtart y publicado por el panfleto obradorista de La Jornada, es una excelente exposición de lo que es la deshonestidad intelectual.
En todo el artículo relata la ya conocida abyección de Hugo Chávez a la cristiandad, su ignorante creencia en los misterios religiosos, cómo sus políticas de gobierno eran inspiradas en el Nuevo Testamento de la Biblia, o cómo gobernaba con un crucifijo en la mano.